Tenemos nuevos reyes en Europa. Federico X de Dinamarca se ha estrenado en el trono precedido de una polémica 'de faldas' que a punto ha estado de costarle su matrimonio. Mary, ¡ay Mary! Todos te miran y tú miras a todos, desde lo alto del balcón de palacio y aplicando la perspectiva. Con un beso has sellado tu destino. Un beso ante el mundo, bien 'apretao' y que grita a los cuatro vientos que tu príncipe se había convertido en un sapo y que gracias a ti, y solo a ti, con este gesto le has devuelto a la forma humana y divina tocado con una corona. ¿Acaso será amor? Que tu sacrificio no haya sido en vano.
Al reluciente monarca le corresponde el número diez en la Historia. En la historia con minúscula el matiz cambia. Porque él se habrá sentado en el trono y se ha puesto la corona, pero la que manda de puertas para adentro de casa es ella. Mary. Qué de minucias se habrán tratado, cuántas reflexiones se habrán hecho Federico y Mary al amparo de las fotos del famoso paseo por Madrid. El papel en este asunto de la hasta hace poco princesa era bien complicado. Se le planteaba un dilema: aguantar o seguir.
Incluso se dice que hubo un ultimátum a la reina Margarita: o reinaban ya o Mary se marchaba con viento fresco. Sea como sea, Mary ha decidido quedarse e ir hacia adelante. Pero este movimiento no da la impresión de reflejar a una mujer abnegada y sumida en el silencio, sufriendo porque su hombre olía a leña de otro hogar...
La poderosa personalidad de la reina Mary de Dinamarca
Mary es mucho más que eso. Una mujer del siglo XXI, preparada, universitaria, reconocida profesional hasta antes de casarse con un príncipe venido desde un lejano país europeo. Aquella joven australiana, otra más de las plebeyas que recayeron en las monarquías de su generación (equipo Letizia, Máxima, Mette-Marit, Charlène...), llegó, vio y venció.
Rápidamente demostró que se lo tomaba muy en serio, quizás espoleada por una doble exigencia al carecer de sangre azul. También quería triunfar en su nuevo destino. Que no se dijera. Mientras tanto, a aquel joven Federico con fama de playboy al fin se le veía rendido ante una mujer fuerte y perfecta. Su madre contenía la respiración.
Mary aprendió todo lo que tenía que aprender (incluido el idioma danés, que ahora domina con fluidez) y en su labor no encontramos una tacha. Su suegra acabó nombrándola Regente del país en caso de necesidad, siendo la primera persona no danesa de nacimiento en lograrlo. Un reconocimiento muy llamativo por parte de la ya emérita reina Margarita, a la que también consiguió ganarse pese a las suspicacias iniciales.
Las encuestas de popularidad de Mary como princesa siempre han superado a las de Federico, y este ha confiado en su sensato criterio para todo. Un equipo bien engrasado con cuatro hijos. Ahora intuimos que el cuento de pareja perfecta y enamorada no era tal. Él lloró esperándola en el altar antes de casarse y ahora de nuevo en el balcón tras su proclamación. Raro sería que en privado Federico no se hubiera postrado ante su esposa suplicando perdón.
Pero ahí, en ese balcón transmutado en escenario casi teatral, Mary no faltó a su lado. Una Mary más regia que nunca, acompañando al nuevo rey en el saludo hacia el pueblo vestida de blanca pureza, cual estatua de una diosa alta, digna y convencida. Tomando la mano en alto de su marido abría otra etapa. Borrón y cuenta nueva. Después de veinte años en la realeza no lo iba a tirar todo por la borda. Ni ambiciosa ni sumisa. Práctica. Eso sí, no sin antes marcarse una sutil 'cobra' que habla de que todavía falta algo para calmar las aguas revueltas en el matrimonio. Los ojos vidriosos de Federico buscaban los suyos para la absolución completa.
El beso de Federico y Mary que vale un reino
En toda esta crisis, Mary ha demostrado una inteligencia mayor que la de su esposo, jugando con sus propias cartas y no esperando a que decidieran por ella. Mary es reina por derecho propio. Se lo ha ganado. Desde ahora pertenece a una estirpe de consortes con tirón y personalidad, que no son titulares, pero pintan mucho. Y lo saben. En los próximos años no tendremos reinas al frente de la jefaturas de Estado, pero todos estos monarcas se ven respaldados por mujeres que no viven a su sombra. Cada uno en su sitio.
De momento, la reina Mary de Dinamarca ya está avanzando y explorando sus nuevas posibilidades. En su beso había más estatus, más compromiso y más libertad para hacer y deshacer. Es un beso salvador y sanador. Un beso que vale un reino. La corona calma como una pastillita contra el dolor, aunque no sepamos cuánto durará el tratamiento.