El príncipe Enrique Laborde de Monpezat nunca fue un consorte real al uso. Nacido en Francia, criado en Oriente, diplomático antes que noble, cosmopolita y vividor, hablaba varios idiomas y entre sus múltiples talentos destacaba su amor por el arte (escribía poesía, incursionó en la escultura, tocaba el piano…) y su afición por llevarle la contraria a su coronada esposa, la reina Margarita de Dinamarca. Cuando renunció a su vida pública, en 2016, esta última facultad, la de poner a su mujer en un aprieto, se había convertido casi en su sello personal y en uno de los motivos por los que la nación de la que Margarita de Dinamarca era la jefa de estado nunca llegó a comprenderlo y aceptarlo del todo.
Se podría decir que los tira y afloja de la pareja real se pusieron de manifiesto cuando Margarita fue proclamada reina en 1972. Fue entonces cuando Enrique de Monzepat preguntó tímidamente a su esposa si aquello le convertía a él en rey. La negativa de concederle ese título abrió una brecha en el matrimonio que el diplomático galo decidió agrandar a golpe de despecho y golpes de efecto.
Los desplantes del príncipe Enrique acabaron avergonzando a toda la familia real, pero muy especialmente a su esposa, que era el centro de toda su ira. Un buen ejemplo de ello aconteció en 2002, cuando la reina cayó enferma y escogió al príncipe heredero Federico como su sustituto en las celebraciones de Año Nuevo. La respuesta de Enrique a esta decisión fue inmediata y pública: abandonó Dinamarca, se instaló en Francia y confesó que no estaba dispuesto a ser el tercer plato de nadie. “Después de tantos años no quiero verme degradado al tercer rango. Yo soy el primer hombre y no mi hijo”, declaró desde Francia. Una costumbre, la de huir del país y hacer declaraciones desafortunadas que pusieron en aprietos a la reina en más de una ocasión.
De la primera a la última fuga del príncipe Enrique de Dinamarca
La pelea de Henrik (como se le conoce en Dinamarca) por conseguir un estatus a la altura de sus expectativas no terminó nunca. Para intentar lograr su objetivo hizo todo tipo de peticiones a la reina. Hasta sugirió que cambiara el nombre de la dinastía real, la casa Oldenburg-Glücksburg a la que pertenecen los monarcas daneses desde 1818, para incluir en él el apellido Monpezat. Margarita de Dinamarca, a su vez, intentó contentarle con pequeños gestos que de poco o nada le sirvieron. En 2002 le permitió usar el escudo de armas de la casa real y no el de príncipe de Dinamarca. En 2005 le nombró príncipe consorte, que es un rango superior al de príncipe a secas. En 2008 creó el título de conde de Monpezat de uso exclusivo para los miembros de la casa real danesa y que usó como premio de consolación en 2023 cuando despojó a los hijos del príncipe Joaquín de Dinamarca de su estatus principesco.
Pero Enrique de Laborde tenía claro que su objetivo era ser rey, y como no lo conseguía por la buenas, de vez en cuando lo intentaba por las malas protagonizando momentos bochornosos. El más célebre aconteció en 2015, durante las celebraciones del 75 cumpleaños de la reina.
Se desconoce cuál fue la afrenta en aquella ocasión, pero sí el resultado: Enrique huyó de Dinamarca. Mientras la reina Margarita y el príncipe Federico disculpaban su ausencia ante sus invitados a los fastos reales afirmando que estaba enfermo, los turistas daneses lo fotografiaban un par de días más tarde de fiesta en Venecia. Ante la monumental pillada la Casa Real salió del paso anunciando que el príncipe había viajado al sur de Europa para recuperarse del todo de la gripe después de estar una semana en cama. El problema es que llovía sobre mojado y nadie les creyó. Ya en 2002 se hizo público y notorio que la reina regresó deprisa y corriendo de la boda de Máxima y Guillermo de los Países Bajos su país porque su esposo decidió anunciar en una entrevista no autorizada que su vida con ella era traumática porque no era rey, que se planteaba seriamente separarse y que se retiraba a Francia a reflexionar sobre su vida.
Su entierro, el gran desplante final de Enrique de Laborde de Monpezat
Su papel de alborotador oficial de la corte danesa no cesó con la edad, de hecho el gran do de pecho de sus barrabasadas a su mujer se cumplió en 2017, cuando el príncipe consorte ya contaba 83 años de edad. El 3 de agosto de aquel año el consorte de la reina anunció a los cuatro vientos que rechazaba ser enterrado junto a su esposa como dicta la tradición danesa. Para complicar aún más las cosas, el sarcófago de cristal en el que la pareja real debería haber sido enterrada junta en la necrópolis real de la catedral de Roskilde ya había sido encargado y pagado. El desplante final de Henrik a su mujer le costó al estado danés cuatro millones de euros.
Finalmente, y en contra del protocolo, Enrique de Laborde se salió con la suya y no se celebró funeral de estado cuando falleció en 2018. Sus restos fueron incinerados y sus cenizas se repartieron entre el mar y los jardines de palacio. Impuso su voluntad, pero su desprecio a reposar junto a su esposa provocó una caída de su popularidad en Dinamarca sin precedentes.