La mañana del 30 de enero de 1968 comenzaba un capítulo trascendental de nuestra historia reciente. Mientras las primeras luces del alba despuntaban, un congelado Madrid se despertaba y en la Clínica de Nuestra Señora de Loreto una joven griega se enfrentaba a un trance que ya conocía. La joven se llamaba Sofía y estaba casada con un aspirante al trono de España, Juanito de Borbón. El trance al que se enfrentaba esta joven griega era la incertidumbre de dar a luz sin conocer el sexo del bebé que venía en camino. Si bien este detalle no es crucial para la mayoría de las madres, en el caso de una princesa la cosa adquiere un cariz importante.
En 1968 Juan Carlos y Sofía ostentaban el título de “Príncipes de España”, una nomenclatura creada por Franco y sin historia anterior ni posterior. El futuro del matrimonio todavía no estaba definido y es que, el dictador aun no había designado quién sería su sucesor en la jefatura del Estado. A aquella incierta situación había un detalle que añadirle, y que posiblemente para el dictador suponía un escollo: el matrimonio de príncipes por el momento solo había tenido hijas. Primero Elena y luego Cristina. De hecho, las malas lenguas decían de Sofía por aquel entonces que “no sabía hacer niños”, como si tuviese ella el peso de esa realidad genética.
Un machote como su padre
En la sala de espera, un nerviosísimo Juanito de Borbón deambulaba de lado a lado, para ese entonces ya había perdido la cuenta de cuántos cigarros se había fumado y la mañana se le estaba haciendo eterna. A las 12:45 un chillido rompió el silencio, indudablemente su tercer hijo ya estaba en el mundo. Poco después, el Doctor Mendizábal, el mismo que había asistido a la Princesa en sus anteriores partos, entró en la sala de espera. Comenzó a detallar al Príncipe los pormenores del parto o de cómo se encontraba la Princesa Sofía, pero Juanito era incapaz de escuchar nada más allá de lo único que le preocupaba. ¿Sería otra niña? ¿Sería niño?
Nacimiento de Felipe VI, momento en el que según Juan Carlos I, la Reina Sofía y él, dejaron de tener intimidad de pareja.
Gtres
Finalmente, de la boca de Mendizábal salieron las añoradas palabras “ha sido un niño, majestad”. Por fin el sueño de la continuidad de la corona, si es que esta llegaba a posarse en su cabeza, se convertía en una realidad asegurada para Juanito. Inmediatamente el Príncipe llamó al Palacio del Pardo, donde el dictador esperaba noticias del parto. “¿Es un machote?” preguntó la aflautada voz del dictador al otro lado de la línea, a lo cual Juanito contestó “Sí, mi general. Machote como su padre”. Posiblemente aquel detalle hizo que Franco terminase de tomar su decisión de nombrar heredero a título de Rey a Juan Carlos, pero esa es otra historia.
El dictador estaba tan contento que perdonó la pena de muerte a Vicente Ródenas, un valenciano condenado a la pena capital por un homicidio, se la conmutaron por 16 años de prisión. El niño había llegado al mundo a las 12:45 del mediodía y había pesado cuatro kilos y cuatrocientos gramos y medía unos estupendos cincuenta y cinco centímetros. La Princesa estaba exhausta, pero felicísima con la satisfacción del “deber” cumplido, la saga de los borbones tenía un heredero.
El bautizo del Infante Felipe
Ahora que la cuestión sucesoria se había materializado, había que pensar en un bautizo a la altura del infante. Y es que, en aquel momento, a Felipe VI no se sabía muy bien cómo etiquetarlo ¿príncipe? ¿duque? ¿hijo del aspirante a heredero? La figura de consenso para referirse al recién nacido fue la de “infante” y con ella se le conoció los primeros años de su vida. Los padres tuvieron claro quienes actuarían de padrinos del neonato, pero este movimiento no sería tan sencillo, ambos vivían en el exilio. La madrina sería la abuela de Juanito, la Reina Victoria Eugenia de Battenberg y el padrino, en cuanto consiguieran localizarlo, sería el padre de Juanito, Don Juan de Borbón, que estaba de crucero por el Caribe.
Así contó SEMANA el bautizo de Felipe VI.
Archivo de SEMANA
Victoria Eugenia regresaría al país que tuvo que abandonar en abril de 1931 por la puerta de atrás mientras las calles clamaban república y Don Juan al país en el que siempre soñó con reinar. El 8 de febrero todos los invitados se dieron cita a las siete de la tarde en uno de los salones del Palacio de la Zarzuela, un espacio que a Victoria Eugenia le pareció “vulgar” como un chalet cualquiera y nada regio. Para la ocasión se trajo agua del río Jordán que se puso en la pila bautismal de Santo Domingo de Guzmán. Una de las anécdotas de aquel día la protagonizó la pequeña Infanta Cristina, que encontró entretenimiento jugando con las borlas del uniforme militar de Franco.
La Reina Victoria Eugenia, emocionada, agarra a Felipe VI mientras recibe el sacramento del bautizo.
Archivo de SEMANA
Precisamente el dictador es uno de los protagonistas de otra de las grandes anécdotas de aquella tarde. Don Juan, quien todavía tenía pretensiones al trono de España, pidió tener una reunión privada con Franco, ante lo que el sátrapa le contestó que “todo lo que tenía que hablar contigo ya te lo he dicho”, refiriéndose a conversaciones anteriores en las que acordaron que Juanito llevaría a cabo su formación en España. La que sí tuvo un encuentro privado con el tirano fue la Reina Victoria Eugenia, quien pidió reunirse con Franco para hacerle una petición.
“Esta es la última conversación que tendremos en la vida”, comenzó diciéndole la Reina Victoria Eugenia, “así que me permito hacerle una petición: elija ya a un rey para España”, añadió para rematar con “ahora ya tiene tres para elegir: el padre, el hijo y el nieto. Elija en vida o sino no volverá nunca la monarquía a España”. Nunca sabremos si fue el nacimiento de Felipe VI en sí, esta petición de Victoria Eugenia o una decisión personal sin más, pero un año después el dictador designó a Juan Carlos como heredero a título de Rey.