Una mañana de noviembre de 1975 por fin iba a cambiar la vida de Juanito, el de los Barcelona. Después de años de su particular travesía por el desierto, finalmente alcanzaba su objetivo vital: ser Rey de España. Por el camino había consumado lo que su padre vivió como una traición, convertirse en heredero de Franco a título de Rey, heredando la Corona sin que esta llegase a posarse en la cabeza de su padre, como la sucesión dinástica marcaba. Juan de Borbón nunca se repondría de aquel mazazo, pero terminaría por abdicar la corona en un acto íntimo y dolorosísimo para él, pero que otorgaba carácter oficial a lo que ya era oficioso.
Aquel 22 de noviembre de 1975 ante un parlamento todavía franquista, Torcuato Fernández-Miranda pronunciaba el preámbulo que daba paso al juramento de Juan Carlos I como Rey de España: “Las Cortes españolas y el Consejo del Reino, convocado conjuntamente por el Consejo de Regencia y en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo séptimo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, están reunidos para recibir de vuestra Alteza el juramento que la ley prescribe como solemnidad previa a vuestra proclamación como Rey de España”. Con esta regia nomenclatura, el destino de Juanito el de los Barcelona quedaba sellado para pasar a ser Juan Carlos I, Rey de España.
Junto a él aquella histórica mañana, sus tres hijos y su mujer, la por entonces Princesa Sofía que iba vestida con un vestido que se convirtió de forma instantánea en un icono de la historia de la moda de nuestro país. Charlando del 22N con mi compañera y amiga, Pilar Eyre, me cuenta la historia del recordado vestido fucsia. “Se lo hicieron las hermanas Molinero”, que eran las modistas más codiciadas por la alta sociedad del momento y “el patrón era de Valentino, algo muy complicado en la España de aquel momento”. Según me relata Eyre, “se pasaron la noche cosiendo un abrigo a juego para que pudiera llevarlo en el Congreso aquella mañana, tuvieron que ayudarlas a coserlo la propia Reina Sofía con su inseparable hermana Irene”.
Un balance en negativo
A veces, los hombres que tiene un papel destacado en la historia de un país se piensan que esa circunstancia les da una especie de carta de libertad para hacer o deshacer a su antojo sin contrapartidas. Posiblemente esto es lo que le pasó a Juan Carlos I, pero se le acabó la baraka (una especie de bendición divina que en la cultura islámica se cree que reciben los monarcas y profetas). Jamás pasaría por la cabeza del Rey que viviría para ver cómo sus comportamientos extramatrimoniales se airearan a vista de todos los españoles. Ni en el peor de sus vaticinios pensó que los últimos años de su vida los pasaría en el exilio y pudiendo escuchar de viva voz de sus amantes los agravios que les había infligido.
Ni el terrible ejemplo de su padre, Juan de Borbón, ni el de su abuelo, Alfonso XIII, le hizo sospechar que su destino estaba intrínsecamente ligado al de sus antepasados; vivir el exilo. La gran deuda contraída, en su opinión, con la llegada de la democracia a España habría de granjearle un reinado tranquilo y que le permitiría morir en la Zarzuela con la corona puesta. No han sido así las cosas, con el título de ‘Emérito’ desde hace una década, viviendo en Abu Dabi y llevando a cabo maniobras para asegurar que su herencia a sus hijas no tribute en su amado país, el final de sus días hace que cada vez su figura sea menos laureada.
España, su patio de recreo
Lejos quedan los días en los que era presentado como adalid de la rectitud y ejemplaridad. Salpicado por polémicas judiciales que lo llevaron a presentar regularizaciones fiscales ante Hacienda, manteniendo un matrimonio que ahora es público y notorio que lleva años roto, con la relación con su hijo deteriorada y fiscalizada y viviendo en un país que está lejos de ser una democracia con garantías, su perfil se dibuja en estos momentos muy lejos de ejemplaridad alguna. Complicado desenlace para una vida que, por lo menos desde el punto de vista histórico, tiene muchos visos de haber sido fascinante.
Ahora, sus días de vino y rosas trascurren en otras latitudes y su querida España parece haber quedado reducida a un patio de recreo en el que le gusta venir a navegar de vez en cuando y donde mantiene amigos que le aseguran el clima propicio para unos días de asueto de tanto en tanto. Mientras tanto, su hijo se empeña día a día en mostrarse ejemplar, renovado y muy lejos de la “herencia recibida”. Sus primeros diez años de reinado dan testimonio de las diferencias entre el campechano Juan Carlos y el preparado Felipe VI. Todo sea dicho, el Rey Felipe ha contado con la inestimable ayuda de la Reina Letizia, activo de valor incalculable de la Corona y el papel cada vez más principal de sus hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía.