Carlota Casiraghi vuelve a estar en el punto de mira. Después de varios meses de rumores la separación de la hija de Carolina de Mónaco y Dimitri Rassam es un hecho. Pero no solo eso, también parece que no ha tardado demasiado en encontrar el amor de nuevo junto a un reconocido escritor francés, como la revista SEMANA desvelaba en exclusiva hace unos días.
Aunque casi todo en la vida de la bella hija de la princesa de Hannover está envuelto en un halo de misterio. Ella ni confirma, ni desmiente. Prefiere esconder su privacidad entre los muros de palacio, con apariciones muy escogidas y sin querer mostrarse demasiado al mundo. Al menos al mundo del boato, las fiestas y el brillo que son la esencia del pequeño Principado. Si todos soñaban con Carlota como la mejor heredera de ese glamour que instauró su abuela, la mítica Grace Kelly, tras casarse con el príncipe Rainiero en 1956, los monegascos se van a quedar con las ganas. Lo de Carlota es la literatura, las parejas intelectuales y el misterio.
Carolina de Mónaco, el mejor espejo de Carlota Casiraghi
A diferencia de sus hermanos Andrea y Pierre, felizmente casados desde hace años con Tatiana Santo Domingo y Beatrice Borromeo respectivamente, y de su hermana pequeña, Alexandra de Hannover, también con su novio, Ben Sylvester Strautmann, desde 2016, ella ha tenido una vida sentimental más movida, en la línea de su madre, Carolina. ¿O se trata de la 'maldición' que persigue a los Grimaldi?
Después de unos primeros amores de juventud con Hubertus Herring-Frankesndorf y Feliz Winckler, su primera relación seria comenzó en 2006 con Alex Dellal, un joven heredero millonario, hijo del magnate Guy Dellal y de una modelo brasileña, que pertenecía a la pandilla de apellidos ilustres en la que se mueven los Casiraghi. Hasta ese momento su vida se desarrollaba por los cauces esperados, cumpliendo con los deseos de mamá Carolina (parejas guapas, educadas y muy millonarias), pero Carlota no se atiene a las normas.
El amor que cambió el rumbo de Carlota Casiraghi
Cuando ya muchos pensaban ver a la hija de Carolina vestida de blanco dándole el 'sí, quiero' a Álex, en diciembre de 2011 conoció en una cena en casa de unos amigos en París al actor francés de origen marroquí Gad Elmaled y el flechazo fue inmediato.
A pesar de las diferencia de edad, ella tenía 26 años y él 41, y de pertenecer a mundos y estratos sociales tan diferentes, nada paró a la joven. Tuvieron un hijo, Raphaël, pero en 2015 se separaron. Pero fue con esa relación con la que Carlota demostró que era un verso suelto en la familia Grimaldi.
Inició así los romances con hombres que poco tenían que ver con su mundo: intelectuales, con inquietudes aparentemente alejadas del glamour de los millonarios monegascos. Tras Gad llegó un breve romance con el director de cine italiano Lamberto Sanfelice, y tras él, otro nuevo amor cinematográfico que la acercaba de nuevo a su madre.
El hijo de la amiga de mamá Carolina
Carlota se enamoró entonces del productor Dimitri Rassam, que como ella pertenece a la aristocracia, pero en su caso del séptimo arte. Hijo del productor Jean-Pierre Rasam y de la actriz Carole Bouquet, la conexión con el mundo monegasco era más cercana, ya que la actriz francesa y Carolina eran amigas desde décadas. Además, esta relación también hizo recordar a la princesa monegasca sus años de juventud cuando vivió un intenso romance con Roberto Rosellini, hijo de la actriz Ingrid Bergman, gran amiga de su madre, Grace Kelly.
La pareja se casó por lo civil el 1 de junio de 2019 en el Palacio de Mónaco y el 29 celebró la ceremonia religiosa en Saint Rémy, un bucólico pueblo de la Provenza, donde Carlota disfrutó su infancia y en el que Carolina se refugió tras la muerte de Stefano Casiraghi. Todo ello bajo la más absoluta discreción.
Un año antes habían tenido a su hijo Balthazar, sin anuncios ni presentaciones oficiales, como también ocurrió con el niño que tuvo con Elmaleh.
Al lado de Dimitri protagonizó algunas alfombras rojas como la del Festival de Cannes o estrenos de película, codeándose con las grandes estrellas del celuloide como lo fue su abuela materna.
El amor intelectual de Carlota Casiraghi
Y ahora, poco tiempo después de conocerse la separación de Dimitri Rassam, la sobrina de Alberto de Mónaco vuelve a estar enamorada y con este nuevo amor confirma que ella se encuentra más cómoda en el mundo intelectual que en el oropel monegasco.
El afortunado es Nicolas Mathieu, de 45 años y con un hijo de una relación anterior. Es un afamado escritor que, entre otros galardones, ha sido reconocido con el Goncourt por su novela 'Sus hijos después de ellos', el premio más importante de las letras francesas que tienen grandes nombre de la literatura gala. Carlota se mueve en los círculos literarios de París y fue en esos encuentros donde surgió la chispa. El amor por las letras (Nicolas también es periodista, profesor y guionista) y su indudable atractivo hacen de él su hombre ideal.
Carlota Casiraghi, una 'princesa' filósofa
El amor de Carlota Casiraghi por las letras viene de lejos, y también en eso tiene un punto de conexión con su madre. Ambas estudiaron Filosofía en la prestigiosa Universidad de la Sorbona, aunque con distinto resultado. Mientras que la princesa de Hannover dejó la carrera en el primer curso tras conocer a Philippe Junot, con quien se casaría protagonizando un gran escándalo en el Principado, su hija se graduó e hizo de su pasión su 'casi profesión'.
Ella ha cambiado las fiestas y alfombras rojas por los coloquios y las tertulias literarias. En 2015, fundó con Robert Maggiori, su profesor del Instituto François Couperin de Fontainebleau, donde estudió el bachillerato, 'Los encuentros filosóficos de Mónaco'. y juntos publicaron el libro 'Archipiélago de pasiones', un homenaje a su padre, Stefano Casiraghi, fallecido en un accidente de offshore en la bahía de Mónaco cuando ella solo tenía cuatro años Antes, ya había probado suerte como periodista fundado la revista de moda 'Ever Manifesto', donde trataba temas de medioambiente y sostenibilidad.
La moda y la literatura, unidas gracias a Carlota Casiraghi
Pero nacer en el seno de la familia Grimaldi, con una abuela llamada Grace Kelly y una madre Carolina, no hace tan fácil renunciar a ese glamour que parece marcado a fuego en el ADN. Y Carlota tampoco permanece ajena a él, aunque llevándolo a su terreno.
Desde hace unos años es embajadora de Chanel, la firma que lleva unida a su familia desde que era una niña gracias a la íntima amistad de su madre con Karl Lagerfeld. Con ellos ha unido su pasión por la moda y la literatura creando 'Los encuentros literarios de la Rue Cambon', en los que dirige charlas con mujeres relevantes del mundo de la cultura. "Creo en el poder de la literatura. El poder de las palabras cambia nuestra visión del mundo. La moda tiene el poder de actualizar, de expresar las ideas y empujarlas para que vayan hacia delante, demostrar que las mujeres no solo somos deseables porque somos perfectas y bellas, sino porque somos audaces y cultas, porque tenemos una voz", aseguró en una de esas charlas.
La única concesión que Carlota hace a su madre Carolina
Pero, Carlota Casiraghi, como 'buena hija', tiene una cita ineludible en ese calendario de fiestas que son uno de los ejes de Mónaco. Cada año se enfunda sus mejores galas para acudir al Baile de la Rosa, el evento social más importante del Principado, que celebra el comienzo de la primavera (y este año también tendrá representación española).
Se creo en 1954, pero fue Grace Kelly quien, tras su boda con Rainiero, le dio todo el esplendor. Hasta la llegada de la actriz el pequeño Principado vivía en horas bajas y fue ella, quien con el glamour de Hollywood, atrajo al pequeño enclave del Mediterráneo a las estrellas del cine y millonarios de todo el mundo. Tras su muerte, su hija Carolina cogió el testigo.
Y es esta gala, cuyos fondos se destinan a la Fundación Princesa Grace, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a personas vulnerables y niños desfavorecidos, donde Carlota se olvida de sus libros para brillar con los vestidazos de Alta Costura y bailar sin fin.
Eso sí, el glamour y la fiesta solo por un ratito, porque enseguida se repliega a 'sus cuarteles de invierno' para volver a su vida y sus libros: "Nunca puedo decidir qué voy a empezar a leer, así que cojo más y más. Nunca me siento culpable, porque siempre me digo a mí misma que no es tan malo ser adicta a los libros". Tanto es así que también ha asegurado que en sus vacaciones "viajo con una maleta llena de libros".
La bella Carlota se niega a coger el testigo de su madre al frente de los actos de sociedad y brillo de un Principado, que llora ante la posibilidad de perder el esplendor que le ha mantenido durante décadas en el foco del glamour.