El 4 de julio de 1973, en la Guards Chapel de Wellington Barracks, Londres, el capitán Andrew Parker Bowles y la entonces joven Camilla Shand se casaron frente a 800 invitados, entre los que se encontraban varios miembros de la mismísima familia real. La boda, que fue uno de los eventos del año para la alta sociedad británica, fue tan bonita como frustrante: estaba abocada al fracaso. Cómo afirma la experta en los Windsor, Penny Junior, “Camilla creyó, tontamente, que los leopardos pueden cambiar sus manchas”. El leopardo en cuestión era el cotizado Andrew Parker Bowles, infiel durante su noviazgo, infiel durante su matrimonio y actualmente, a los 84 años, feliz enamorado de una presentadora de televisión llamada Anne Robinson. 

Aunque el corazón de Camilla Shand pertenecía al de Andrew, y a pesar de que en uno de sus innumerables “descansos” se aproximó al entonces príncipe de Gales, Carlos, el de Andrew no pertenecía a nadie más que a sí mismo. En 1973, el capitán, un auténtico “macho alfa”, como lo define Penny Junior, sufría la presión de su propia familia para casarse de una vez, conseguir un heredero y formar una familia propia. Lo que viene a ser, sentar la cabeza.  

Después de más de siete años de citas intermitentes, Andrew finalmente se comprometió con Camilla, obligado por las circunstancias: su padre, Derek Parker Bowles, y Bruce Shand, padre de su novia, publicaron el anuncio de su compromiso el 15 de marzo de 1973 en The Times, antes de que se hubiera declarado. Ahora ya no le quedaba otro remedio que darse por vencido.

Boda entre Camilla y Andrew Parker Bowles.

Boda entre Camilla y Andrew Parker Bowles.

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Camilla, una novia muy enamorada

A Camilla las circunstancias de este compromiso le dieron bastante igual, al fin y al cabo había conseguido su objetivo: ser la esposa del hombre más deseado de la alta sociedad, íntimo de la reina madre y ex amante de la princesa Ana (que por cierto acudió a la ceremonia, según algunas fuentes, bastante afectada). 

A la mujer destinada a convertirse en reina consorte de Carlos III, Andrew Parker Bowles la volvía, literalmente, loca. Un sentimiento que la invadió desde el primer día que se conocieron. Cuenta el chismorreo oficial que ese primer encuentro se produjo cuando ella apenas había cumplido los 18 y él ya había cumplido 27. Sucedió en una fiesta en 1966 a la que Camilla acudió con su novio de aquel entonces. Allí mismo le abandonó por Andrew.

"Ella pensó que él era todo lo que buscaba en un hombre y que le daría todo lo que había soñado. Era sofisticado y experimentado. Le gustaba el hecho de que fuera un oficial de caballería, como lo había sido su padre. Y que al igual que este hubiera ganado dos veces la Cruz Militar, era valiente", asegura Penny Junior. 

Pero por muy fascinada que estuviera por su flamante esposo, la Camilla casada debió suponer lo que vendría a continuación tras haberse dado el “sí quiero” ante la reina madre y haber celebrado un banquete en el palacio de St. James: 22 años de infidelidades intermitentes.

No era nada nuevo. En las biografías no autorizadas sobre la actual reina británica se describen escenas de celos y grandes broncas durante toda la etapa de noviazgo de los Bowles a cuenta de la fascinación que Andrew despertaba en las mujeres. Se nos presenta a Camilla llamando a la puerta del apartamento de soltero de su novio en Notting Hill para descubrirlo en calzoncillos y con otra. O a Camilla pinchando las ruedas del coche de su novio porque estaba aparcado en la puerta de casa de su amiga y pintarrajeando con pintalabios el parabrisas para insultarle en diferido.

Camilla y Andrew Parker Bowles, en una foto de archivo.

Camilla y Andrew Parker Bowles, en una foto de archivo.

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Un matrimonio repleto de infidelidades 

Tras la boda, la actitud de Andrew Parker Bowles y su fascinación por el resto de mujeres del planeta no decreció. Una luna de miel en el sur de Francia y la mudanza a la mansión Belehyde, no aplacaron sus ganas de aventura y volvió a las andas mientras Camilla se convertía en la madre de Tom y Laura Parker Bowles. Pero esta vez Camilla también tenía un as guardado en la manga: el príncipe de Gales, Carlos, que aún le guardaba devoción a pesar de haber pasado por el mal trago de ver cómo se casaba con otro.

En 1986 los Parker Bowles cambiaron de mansión, pero no de estatus. Habían llegado a un extraño equilibrio entre ellos: él vivía en Londres entre semana con su amante y ella permanecía en el campo criando a los niños y cerca del príncipe Carlos. Nadie delataba a nadie, nadie reprochaba nada a nadie. Incluso cuando saltó a la prensa el escándalo de las conversaciones íntimas de Carlos y Camilla o se publicó el libro de la princesa Diana explicando la implicación de Camilla en su vida matrimonial desgraciada, el divorcio estaba descartado para ellos. Como afirmó entonces Simon, hermano de Andrew Parker Bowles, a la prensa: "Ellos nunca se divorciarán. Aunque la relación es bastante excéntrica, funciona. Se llevan bien". 

Pero todo el mundo tiene un límite y el de los Parker Bowles llegó en 1995. La química entre ambos se perdió para siempre cuando el príncipe Carlos confesó en prime time ante las cámaras, en una entrevista televisada, que era un adúltero. La confesión del heredero de la corona llevó a Andrew Parker Bowles a solicitar el divorcio. Habían pasado 22 años desde que se casaron. Él tenía 56 años. Camilla 47.

En el comunicado oficial conjunto sobre su separación se podía leer: "A lo largo de nuestro matrimonio siempre hemos tendido a seguir intereses bastante diferentes, pero en los últimos años hemos llevado vidas completamente separadas". No se mencionaba que ambos ya tenían en mente a otra persona.