El aroma a canela tostada flotando en la cocina, el chisporroteo del pan dorándose en la sartén, el azúcar glass espolvoreado como nieve sobre un manjar humilde que esconde siglos de historia. Las torrijas, más que un postre, son un ritual familiar. Cada Semana Santa —en 2025, del 13 al 20 de abril— resucita una tradición que une a familias, evoca infancias y desafía al tiempo. En un mundo de food trends fugaces, la receta de este dulce de pan, leche y canela sigue siendo un ejemplo de lo imperecedero.  

La gastronomía de estos días santos funciona como un reloj suizo. Mientras el potaje de garbanzos con bacalao y espinacas —plato de vigilia que combina lo austero con lo sublime— nutre el cuerpo, las torrijas alimentan el alma. Su receta parece simple, pero encierra un código cultural: aprovechar el pan duro, recurso de épocas de escasez, para crear algo extraordinario.  

La historia de las torrijas es un mix de influencias. Algunos estudiosos las vinculan a la placenta romana, un pastel de capas bañado en miel. Otros señalan que los árabes, con su maestría para transformar lo cotidiano, popularizaron en Al-Ándalus el pan remojado en leche azucarada. Lo cierto es que allá por el siglo XV, ya aparecen recetarios castellanos mencionando este manjar para convalecientes —ironías de la historia, hoy se consideran una bomba calórica—.  

Torrijas Tamara Falcó

La propuesta de emplatado de las torrijas de Tamara Falcó.

Porcelanosa

Pero más allá de su origen difuso, su evolución narra la historia de España. En conventos, las monjas las perfumaban con vino; en las posadas, se servían como reconstituyente a viajeros exhaustos. Durante la posguerra, cuando el azúcar era un lujo, se endulzaban con miel de caña o melaza. Cada región añadió su firma: en Cataluña, las torrades se empapan en vino; en el País Vasco, algunas versiones incluyen queso Idiazábal. Sin embargo, la receta canónica —la que evoca abuelas con delantal— sigue siendo austera: pan de barra, leche caliente, huevo, y ese polvo dorado de canela y azúcar que tan buen saber le da.  

Sonsoles Ónega y el secreto de la abuela: un legado en directo

Una de las anécdotas más entrañables relacionadas con estas delicias se remonta a la infancia de muchos, cuando alguna abuela, con su sabiduría ancestral, compartía trucos insólitos para lograr unas torrijas perfectas. Tal es el caso de la periodista Sonsoles Ónega, quien hace ya algunos años, llevó a su abuela a su programa para preparar sus famosas torrijas, dejando un legado imborrable. Con la sencillez de una receta tradicional, ella desveló el secreto de un remojo cuidadoso del pan en leche aromatizada con canela y cáscara de limón, evitando que la mezcla rompiera a hervir y, de ese modo, conservando la textura y el sabor inigualable del manjar. Este pequeño ritual, que para algunos podría parecer un capricho, es en realidad la clave que diferencia a una torrija exquisita de una simple tostada dulce.

La técnica es tan esencial como los ingredientes mismos. El proceso comienza calentando la leche sin llegar a su ebullición, añadiendo una ramita de canela y la piel de medio limón, para que el líquido se impregne de matices cítricos y especiados. Una vez que la leche alcanza la temperatura adecuada, se vierte sobre el pan —preferiblemente del día anterior, para lograr ese contraste perfecto entre la textura firme y el interior suave— y se deja reposar. Dependiendo de la dureza del pan, el remojo puede variar entre cinco y veinte minutos. Este tiempo es crucial para que el pan absorba la leche sin empaparse en exceso, permitiendo que, posteriormente, al pasar por huevo batido y freír, se forme una costra dorada y crujiente que enmarca el tierno interior.

No es casualidad que, en plena era de las dietas y la búsqueda de alternativas más saludables, las torrijas hayan experimentado reinterpretaciones healthy. Versiones sin azúcar añadido o preparadas en freidoras de aire se han popularizado, pero siempre quedará el innegable encanto de la receta tradicional, aquella que combina de manera perfecta la dulzura del azúcar con el toque aromático de la canela y la suavidad del pan. Es en esa mezcla simple donde reside la grandeza del plato.

Torrijas

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Hoy, en un mundo donde la gastronomía se reinventa constantemente, es reconfortante volver a lo básico y recordar que, a veces, el secreto está en la tradición. La receta de las torrijas, que ha sido reversionada una y otra vez, sigue siendo un testimonio de la creatividad y el ingenio de quienes, en cada hogar, se esfuerzan por conservar la esencia de nuestras fiestas. Al preparar este postre, se rinde homenaje a las abuelas que, con sus consejos y sus manos expertas, enseñaron que la cocina es un arte de amor y memoria.

Así, mientras esperamos disfrutar de esos días de descanso y encuentro familiar que trae la Semana Santa, podemos darnos el lujo de detenernos a saborear cada detalle. Desde el primer remojo del pan en la leche caliente hasta el último bocado que se deshace en la boca, las torrijas son mucho más que un postre: son un viaje al pasado, un enlace entre generaciones y una muestra de que en la sencillez reside la perfección.