El mes de febrero de 1981 posiblemente fuera uno de los más difíciles de la vida de la Reina Sofía. En aquellos días España estaba en ebullición. Nuestra democracia aún estaba en pañales y los ecos de la dictadura de Franco todavía pesaban en muchos sectores de una sociedad española que intentaba abrirse al mundo. Aquel mes de febrero arrancaba con vacaciones de nieve para la Familia Real, que como cada año se daba cita en Baqueira Beret. El valle de Arán servía de patio de recreo de las familias más pudientes del país en cuanto caían los primeros copos.

Según cuenta la periodista y escritora Pilar Eyre, en aquellos años era muy común encontrarse con los Reyes y sus hijos en las pistas. Fácilmente podías verlos haciendo cola para coger un telesilla, algo en lo que la Reina Sofía era intransigente “aunque nos dejen pasar, nosotros hacemos cola como todos los demás”, repetía a sus hijos. También era factible encontrarlos en las tabernas más humildes del Valle de Arán degustando los platos más sencillos y calóricos. Del mismo modo, en aquellos días era normal conocer que los Reyes estaban de vacaciones en familia en Baqueira y siempre había algún posado para la prensa.

Pero aquellos días de nieve de febrero de 1981 estaban a punto de tornarse en pesadilla para la Reina Sofía, el principio de su soledad se desencadenaba y ella todavía no era consciente.

Una operación sin importancia

Mientras el Rey Juan Carlos, la Reina Sofía y sus hijos se relajaban en el pirineo catalán, en Madrid la Reina Federica de Grecia aprovechaba los días sin la familia para someterse a una pequeña cirugía estética. Federica, que siempre había sido muy presumida, quería quitarse unos xantelasmas. Los xantelasmas son unas pequeñas bolsas de grasa que se depositan en los párpados y que tienden a amarillearse. El procedimiento para quitarlas en principio no reviste de mayor gravedad, pero el diablo está en los detalles. El 6 de febrero Federica de Grecia ingresó en la Clínica de La Paloma de Madrid para ponerse en manos del doctor Vilar Sancho y despedirse de las molestas bolsas.

La Reina Sofía en su juventud con su madre Federica, su hermana Irene y su hermano Constantino y su mujer Ana María en el bautizo de su hijo Pablo

La Reina Sofía en su juventud con su madre Federica, su hermana Irene y su hermano Constantino y su mujer Ana María en el bautizo de Pablo, el heredero.

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La intervención se alargó durante casi dos horas, una vez finalizada y tras disiparse el efecto de la anestesia, la Reina Federica recuperó la consciencia. Todavía aturdida por los fármacos, mantuvo una ligera conversación con el doctor Vilar Sancho y con el doctor Zurita, también presente en la intervención. Zurita, estaba casado con la Infanta Margarita, hermana del Rey Juan Carlos. Al poco tiempo Federica comenzó a encontrarse un poco indispuesta y perdió la consciencia. Ya nunca la recuperó, un infarto de miocardio se llevó a la madre de la Reina Sofía aquel 6 de febrero y aunque trataron de reanimarla, ya solo pudieron trasladarla cadavérica a la Zarzuela y comenzar una operación para avisar a sus familiares. Sus hijos estaban repartidos por el mundo, Irene en la India, Sofía en el Valle de Arán y Constantino estaba en Londres.

La tragedia griega y el comienzo de la soledad de Sofía

En aquel momento comenzaron distintos viacrucis. Comenzó el viacrucis del peregrinaje de sus hijos hacia el reencuentro con el cadáver de una madre muerta por sorpresa. El viacrucis de la propia Federica para ver logrado su sueño de ser enterrada en Tatoi junto a su marido Pablo. Y el viacrucis del duelo por saberse huérfana de la Reina Sofía. Sofía viajó en avión desde el Valle de Arán sin saber bien lo que encontraría al llegar a Madrid, los que viajaron con ella en aquel vuelo cuentan que no paró de llorar en ningún momento en aquel avión que sobrevolaba la distancia entre Cataluña y Madrid en total penumbra.

Ya en Madrid la realidad se echó encima de Sofía de una forma cruda y dañina. Su marido no había volado con ella, la había dejado sola enfrentándose a la muerte de su madre porque tenía planes mejores con una decoradora mallorquina. Y el trecho que se presentaba por delante era harto complicado: ¿Cómo enterrar a una reina derrocada en su antiguo reino cuando tiene prohibida la entrada en el país? A partir de ese momento las reuniones de altos mandatarios de ambos países se convirtieron en una lucha contrarreloj por cumplir los deseos de la desparecida Federica y poder darle sepultura en el Palacio de Tatoi con su marido, pero, a la vez, no ofender la sensibilidad del pueblo griego que decidió convertirse en una república.

Una capilla ardiente interminable

Mientras el gobierno español y el heleno intentaban llegar a buen término con las negociaciones en Zarzuela se dio una llamativa situación. El cadáver de Federica se preparó en una habitación a modo de capilla ardiente. Aquella situación se extendió en el tiempo más de lo deseable y se convirtió en una circunstancia ante la que nadie sabía muy bien cómo actuar. El servicio de Palacio adecentaba la estancia a diario, Irene y Sofía rezaban sin fallo todos los días junto al yacente cadáver de su madre y los pequeños Elena, Cristina y Felipe pasaban a darle un beso cada mañana justo antes de ir al colegio. Finalmente, el 11 de febrero se obra el milagro.

El gobierno de la república helena se compromete a dejar que la familia real griega vuelva a pisar Atenas por solamente unas horas. La dispensa especificaba que podían permanecer en el país “desde la salida del sol hasta el ocaso”. La familia real griega se desplazó a Atenas la mañana del 12 de febrero, llegaron en un avión que aterrizó en el aeródromo de Tatoi sin honores. En otro llegaría Juan Carlos junto con Felipe de Edimburgo y otras autoridades y por ende, serían recibidos con los honores de su rango. Hasta el abandonado Palacio de Tatoi se desplazó toda la comitiva de despedida de la reina sin corona, que fue inhumada al lado de su esposo en los jardines del complejo.

Tumbas de la Familia Real griega en la actualidad en los abandonados jardines del Palacio de Tatoi.

Tumbas de la Familia Real griega en la actualidad en los abandonados jardines del Palacio de Tatoi.

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La Reina Sofía lució durante el sepelio luto riguroso y tal y como pide la tradición ortodoxa, cubrió su rostro con un velo de color negro que no impidió que los presentes pudiesen escuchar sus sollozos de dolor al despedirse de rodillas de su madre en la zanja que albergaría sus restos para la eternidad. Junto a ella, sus tres hijos y un Príncipe Felipe que se deshacía por tratar de reconfortar a una madre sin consuelo. Únicamente seis periodistas pudieron cubrir el funeral ya que el gobierno griego no quería darle demasiado protagonismo. Aquel 12 de febrero de 1981 Sofía fue consciente de que empezaba una nueva etapa en su vida marcada por la soledad, lo que no sabía es que aquel febrero de 1981 su mundo volvería tambalearse un día 23, pero esa es otra historia.