Tras escuchar la famosa frase “Annuntio vobis gaudium mágnum ¡habemus papam!” el mundo conoció a Jorge Mario Bergoglio, quien ese día pasaba a llamarse Francisco I. Aquel 13 de marzo de 2013, por primera vez se elegía a un Papa sudamericano, por primera vez un Papa jesuita. Aquella elección llegaba tras la sorpresa de la renuncia de Benedicto XVI que cogió con el pie cambiado a las fuerzas vivas del Vaticano que se vieron sin margen de maniobra para “preparar” la próxima elección del Papa tal y como algunos Cardenales confesaron al periodista irlandés Gerard O’Conell. El resultado de esta falta de “manipulación” de la curia fue la elección de un Papa con ganas de cambiar las cosas.
Ya en la anterior elección, la de Benedicto XVI, Bergoglio había estado a punto de ser elegido. Quizás en aquel momento era demasiado joven para una iglesia anclada en las intrigas palaciegas de la Edad Media. Ratzinger era mucho más conveniente. Cuando finalmente desde el balcón de la Basílica de San Pedro se pronunció el apellido “Bergoglio” se trataba de una carambola del destino que llegaba a la vida del argentino cuando en sus planes estaba la jubilación, tenía 76 años. Para la historia quedarán decisiones como las de desarmar al Opus Dei desde dentro auditándoles las cuentas y limitando sus poderes quitándoles la prelatura personal y su persecución de la pederastia en la Iglesia los últimos años de su vida.
Una historia familiar marcada por el fascismo y la inmigración
Decía a menudo Bergoglio que “el caminar sin dejar huella no sirve para nada”, quizás porque sus padres tuvieron que caminar un largo sendero para buscar un futuro mejor. El Papa Francisco era hijo de un inmigrante italiano que como muchos otros se vio obligado a partir tras el avance del fascismo en el país transalpino buscando la bonanza en otras latitudes. ¿Cómo no iba Francisco a abrazar a aquellos que llegan a Europa escapando de la guerra si en ellos veía a su padre? Ya en Buenos Aires, Mario José Bergoglio conoció a Regina, la hija de otros inmigrantes italianos y con ella formó una familia.
Jorge Bergoglio en una fotografía del año 2003.
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Aquel joven Mario sabía que en Argentina le esperaban cosas grandes, había escapado de la muerte unas semanas antes al no poder embarcar en el Principesa Mafalda aun teniendo comprado el pasaje y eso solo podía ser un buen presagio. El Mafalda reposa en el fondo de la costa de Salvador de Bahía como un recuerdo de que el destino a veces es caprichoso. Jorge creció escuchando aquella historia sobre las casualidades y el destino muchas veces de la boca de sus padres, ni él ni sus cuatro hermanos olvidaron nunca aquello.
El Papa Francisco nació 17 de diciembre de 1936 y con apenas 20 años sintió la vocación e ingresó en un seminario jesuita. En ese mismo año tuvo lo que él consideró una prueba de fe. Al poco de emprender su camino religioso cayó enfermo con una grave enfermedad respiratoria que lo hizo debatirse entre la vida y la muerte. De aquella experiencia se llevó una vocación religiosa renovada, el convencimiento de su vida consagrada a la fe y por el camino se dejó medio pulmón que tuvieron que extirparle para salvarle la vida. El joven Jorge aun bailaría algún tango con su novia antes de continuar por el camino de Dios, ese que lo alejaría definitivamente del amor carnal de su Amalia querida.
“Era muy cálido, muy conmovido por el dolor ajeno”
Su carrera religiosa en argentina fue al lado de los más necesitados. Quienes lo conocieron en esos años en las parroquias más humildes del país dicen de él que era “muy cálido y muy conmovido por el dolor ajeno”. Cuando alguna vez le preguntaron por aquellos años al servicio de los más pobres, Bergoglio contestaba que “cuando se juntan la fe y la solidaridad se arma la alegría” y que por eso había disfrutado tanto en los barrios más humildes. Aquel cura comprometido terminó por ser presidente de la Conferencia Episcopal en Argentina durante cinco años y luego Obispo de Buenos Aires.
En sus actos como obispo de Buenos Aires era muy común que pasase horas bendiciendo los santos que la gente le acercaba, charlando con las madres embarazadas, con los niños de futbol o con cualquiera que se le acercase para compartirle sus pareceres. También en aquellos años le tocó enfrentarse a la dolora tarea de oficial un funeral de estado por las victimas de un trágico incendio en la Discoteca Cromañón de la capital del país en la que fallecieron 194 jóvenes. Sobre estos mismos años de trabajo en Buenos Aires contaba una periodista que lo entrevistó que al concertar la charla con el entonces Obispo le preguntó si le ponían un coche o si vendría con su chófer en su propio auto a lo que Bergoglio contestó “no tengo auto, no tengo chofer y no necesito que me mande a buscar”.
Jorge Bergoglio es fotografiado cogiendo un tranvía en sus años de cura en Argentina.
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En su Buenos Aires querido siempre se mostró preocupado por el trabajo infantil y por la explotación sexual de las jóvenes que en muchos casos eran usadas como mera carne. Recordaba a menudo en sus homilías que los años de la esclavitud no habían acabado, que solamente se habían transformado. Pero en aquellos años fueron más los problemas que tuvo que enfrentar. “Si tiene que pasar algo, le voy a pedir a Dios que me pase a mí y no a ti” contaba que le dijo un día al Padre Pepe (José María di Paola), un compañero de la Diócesis de Buenos Aires, que fue amenazado de muerte por señalar al narcotráfico en la capital argentina.
La “valijita chiquitita” de Jorge Bergoglio camino de Roma
Cuando su camino como ministro de Dios lo llevó a Roma se fue de Buenos Aires con una “valijita chiquita”, como dijeron sus amigos porteños. En esa pequeña maleta llevaba sus pocas pertenencias, algunas mudas y una pequeña biblia. Esos mismos amigos le regalaron unos zapatos nuevos, los suyos estaban destrozados, pero él no quería cambiarlos. Ya como Papa rompió con la tradición de vestir con calzado rojo, él prefería calzar con sus zapatos. Los que le regalaba su zapatero Carlos Samaria, que le hacía con una suela especial para lidiar con que una de sus piernas fuera ligeramente más corta que la otra. Él en agradecimiento a su generoso amigo recibió en el Vaticano a Carlos y a sus hijos Stella y Roberto.
Por cuestiones de la vida, el pasado 2024 pude asistir por casualidad a su último ángelus del año católico en la Plaza de San Pedro. Era la primera vez que acudía a un acto así y he de confesar que la razón que me llevaba hasta allí era más folclórica que espiritual, no les voy a engañar. Recuerdo cómo un Francisco más bien torpe necesitaba ayuda para ponerse en pie en la ventana del Palacio Apostólico. Apareció flanqueado por un niño y una niña y en cuanto el micrófono se encendió y las pantallas de la plaza regalaron su imagen a todos los fieles allí congregados, aquel enclenque hombre se creció y se transformó. Las fuerzas volvieron a hacerlo parecer vigoroso mientras agradecía a peregrinos de todos los rincones del mundo su presencia. Cuando acabó su bendición dominical anunciando que el próximo jubileo de la juventud sería en Seúl, aquel hombre de blanco volvió a ser el anciano cansado que trató de aplicar a su pontificado su cualidad favorita: la sencillez. “Me gusta la sencillez que se muestra como es, la que no se maquilla el alma”. Requiescat in pace, Franciscum.