El 16 de febrero de 1973 era un viernes. La de aquel día había sido una mañana especialmente fría en la capital y aunque el sol quería despuntar, las brumas típicas de este mes se negaban a claudicar y el día no terminaba de estar claro. Una joven de 17 años estaba especialmente nerviosa aquel día, tenía el estómago completamente cerrado y prácticamente no había pegado ojo la noche anterior, aunque se había despertado a la una de la tarde. Todavía recordaba el disgusto de sus padres cuando tan jovencita les había dicho “Paco y yo nos vamos a casar” y le habían contestado “pero Carmuca ¿Por qué no esperáis un poco?”.

Cuando Carmuca se salió con la suya compró con ayuda de sus padres un Rolex de oro a Paco para formalizar el compromiso, por su parte el matador le había comprado a Carmen unos pendientes de oro con diamantes y rubíes. Había conocido a Paco unos años antes en la finca familiar y entonces dijo a su madre, a la que en casa llamaban Carmina, “mamá, estoy enamorada”. Su madre no le hizo mucho caso, pero cuando a Carmuca se le metía algo en la cabeza siempre lo conseguía. Aquella boda era casi una boda real, el torero del momento se casaba con la hija mayor de otra leyenda del toreo.

Mientras Carmuca había crecido viendo desfilar por el comedor de su casa desde ministros franquistas hasta a escritores como Orson Welles, quien para ella era solo “tío Orson”, Paquirri había crecido viviendo todo tipo de estrecheces en una familia especialmente humilde en Barbate donde el sueldo de encargado de matadero de su padre a menudo no daba para terminar el mes. Al igual que otras muchas “niñas bien” de su tiempo, la Ordoñez veía en el matrimonio con Paquirri el billete a una suerte de libertad en una vida alejada del control paterno. Nada más lejos de lo que encontró, pero esa es otra historia.

Carmina posa junto a su hermana Belén y su entonces novio, el torero Juan Carlos Beca.

Carmina posa junto a su hermana Belén y su entonces novio, el torero Juan Carlos Beca.

Gtres

Más de 1.000 invitados entre artistas, aristócratas y personalidades del régimen

1500 invitados habían confirmado su asistencia para ver a la pareja darse el sí quiero en la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid. Entre los invitados estaba lo más granado de la vida pública española. Cantantes como Lola Flores o Conchita Márquez-Piquer, actrices como Carmen Sevilla, satélites del régimen como Carmen Martínez-Bordiú y Alfonso de Borbón, playboys como Máximo Valverde, las amigas de la novia como Lolita o Charo Vega, una amplía representación de toreros y apoderados, etc. Esa tarde se formó tal atasco en el barrio de la Latina entre invitados y curiosos que se aceraban al templo a curiosear que la boda comenzó con casi una hora de retraso.

Un poco antes de las siete de la tarde la novia entró en la iglesia del brazo de su padre, Antonio Ordoñez. Carmuca llevaba un vestido de Herrera y Ollero en seda salvaje con una cascada de apliques de pedrería en la parte central desde el cuello hasta los pies. El diseño se le ceñía en la cintura para luego continuar en una falda corte princesa, sin escote y con mangas hasta los puños. Todo ello iba coronado con un tocado de inspiración lituana que recordaba a las tiaras de la Rusia Imperial. Carmuca, siempre tan supersticiosa, no quiso ni una sola perla “son lágrimas de novia”, le dijo a su madre. En aquel altar mayor de San Francisco el Grande se juraron amor y fidelidad. Él tenía 24 años, ella 17.

Alguna ausencia y las lágrimas de Lolita

Como curiosidad, en el momento en que se dieron el “sí, quiero” en aquella iglesia había dos importantes ausencias para la novia. Ni su madre Carmen, ni su hermana Belén pudieron verla besar al novio porque estaban atrapadas en un atasco tratando de llegar al templo. La que sí pudo verlo, si las lágrimas se lo permitieron, fue Lolita, quien se pegó un hartón de llorar por ver a su amiga casarse con un chico que le gustaba. Cosas de la vida.  A la abarrotada ceremonia le siguió un increíble banquete en el Florida Park. Para la ocasión el novio quiso correr con todos los gastos en solitario, 3 millones de pesetas de la época tuvo que desembolsar Paquirri.

Carmina y Paquirri salen de San Francisco el Grande ya convertidos en marido y mujer

Carmina y Paquirri salen de San Francisco el Grande ya convertidos en marido y mujer.

Gtres

Tras el convite, la noche de bodas. Y tras la noche de bodas, la luna de miel. La pareja viajó hasta la remota isla de Tahití, en la Polinesia francesa. Tras este exótico retiro, algo más mundanal: una ruta por Estados Unidos en la que no faltaron paradas en Hollywood, Disneylandia (claro, la novia tenía 17 años) y Nueva York. La luna de miel de la pareja se alargó hasta el principio de la temporada taurina que coincidió con la semana santa, que ese año se celebró a mediados de abril.

Esta es la historia de una boda que en su momento tuvo dimensión de evento canónico y que ahora, 53 años después es una perfecta radiografía de un momento social en el que muchas mujeres buscaron en una boda precipitada y prematura el inicio de su libertad lejos del control paterno. Lo que ellas no sabían es que en algunas ocasiones solo cambiaban el control de un padre por el control de un marido jugando a "las mamás" cuando todavía eran unas niñas.