Es la tarde del 17 de noviembre de 1936 y Madrid está cubierto por el frío y por el humo, por un lado de incendios en edificios y por otro de las candelas de quiénes intentan mantenerse calientes como pueden en las calles. España está sumida en su guerra civil y la capital es escenario de escaramuzas. A eso de las cuatro de la tarde un enorme estruendo sobresalta de nuevo a la ciudad. Sobre el cielo de Madrid se abren paso los aviones de la Legión Cóndor, ayuda aérea de la Alemania Nazi al dictador Franco, que con su vuelo van sembrando la muerte.

Al sobrevolar el Palacio de Liria, en la calle de la Princesa, la patrulla deja caer 18 bombas incendiarias que terminan por impactar en la propiedad de los duques de Alba en la que, además de causar lógicos daños, provocan un incendio. La propia Cayetana de Alba contó en sus memorias (“Yo, Cayetana” Espasa, 2011) cómo vivió este momento desde el exilio en Londres “es difícil explicar lo que sentí, Liria era mi hogar, allí nací, allí murió mi madre y allí estaban las personas que quería”. Después del bombardeo, milicianos del bando republicano saquearon el castillo y según la dama de llaves le contó a la duquesita exiliada dispararon contra el poni de Cayetana, llamado Tommy al que consideraba su “mejor compañía desde que tenía cuatro o cinco años” y “lo que yo más quería”.

Un duque ejerciendo de embajador de un dictador

El duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó había huido a Londres en 1936 con su única hija con el fin de escapar de la guerra que asolaba al país y allí encontraron un hogar en el mítico Hotel Claridge donde se codeaban con Winston Churchill e Isabel II, entre otros. Años más tarde, al acabar la guerra, el dictador Francisco Franco nombró al duque Embajador de España en Reino Unido. Por aquel entonces, la mayoría de los nobles españoles habían apoyado al bando nacional de Franco en la guerra y pensaban que al acabar terminaría por reinstaurar la monarquía.

Jacobo, al que Cayetana describe como “un liberal de los de toda la vida” llevaba tareas de intentar normalizar la imagen de España en Reino Unido, algo complicado en un país que había sufrido los bombardeos nazis que estaban en connivencia con el régimen de Franco. El duque, que iba viendo las intenciones del dictador, intentó dimitir sin éxito de su cargo de embajador y fue en ese momento, en 1945, cuando el conde de Barcelona, Juan de Borbón, mandó una misiva pidiendo a sus partidarios que rompieran relaciones con un dictador que no tenía intención de retornar la jefatura del estado a la corona. Jacobo acudió al Palacio del Pardo y allí sucedió el capítulo álgido de esta historia.

Un escritorio, una llave y una puesta de largo

En la recepción con el duque de Alba, en calidad de Embajador de España en Reino Unido, en el palacio del Pardo con el dictador, Jacobo reparo en algo en el despacho de Franco. El escritorio que usaba para trabajar el dictador le resultaba familiar. Tras los bombardeos e incendios del palacio de Liria se produjeron saqueos y robos donde desaparecieron objetos de valor, aunque la mayoría de la basta colección de arte y enseres de los Alba habían sido puestos a buen recaudo.

El escritorio favorito de Franco, el que utilizaba para trabajar y para despachar en sus reuniones de trabajo, era uno de esos objetos que habían sido sustraídos del palacio. “General, ese escritorio es mío”, le dijo el duque al dictador, que con asombro negó la mayor, pero el duque de Alba sacó del bolsillo una llave que abrió uno de los compartimentos del mismo. Bastó con un “Ya mandaré a alguien mañana para que lo recoja” para que el escritorio retornase a la casa de los Alba, según cuenta la propia Cayetana en sus memorias.

Cayetana de Alba con su marido Luis Martínez de Irujo en 1960

Cayetana de Alba con su marido Luis Martínez de Irujo en 1960 

Gtres

En lo que duda Cayetana es en si el escritorio que usaba también Serrano Súñer, ministro del régimen y cuñado de Franco, también les pertenecía. Esta reunión del duque de Alba con Franco sirvió para recuperar parte de su patrimonio y hacer oficial su renuncia como embajador y su adhesión a Juan de Borbón como heredero al trono español.

Meses después, en un intento por retomar relaciones, el dictador trató de que su hija y la del duque, Cayetana, hicieran juntas la puesta de largo y presentación en sociedad a lo que el duque, ya sin necesidad de mantener las formas, contestó con un “siempre han existido clases” como negativa. A partir de ese momento el régimen y la casa de Alba rompieron relaciones, algo que le costó al duque la retirada de su pasaporte diplomático. La casa de Alba le devolvió la bofetada brindando al grito de “¡por el rey!” durante la boda de Cayetana con Luis Martínez de Irujo, pero esa es otra historia…