Hace no mucho tiempo, en un reino que ya no existe, nació una joven en el seno de una familia acomodada. Su padre, iraní, provenía de una familia de nobles y su madre, alemana, era de una posición acomodada. La joven se llamaba Soraya Esfiandary y quería ser actriz de cine sin saber que el destino tenía reservada para ella una historia que no encontraría ni en el mejor de los guiones del séptimo arte. En otra ciudad del mismo reino crecía un joven, 15 años mayor que Soraya, que estaba llamado al trono de ese reino que ya no existe.
Con los años ese joven, Mohammad Reza Pahleví, se convirtió en Sah de Persia, que así se llamaba el reino que ya no existe. El joven se casó con una princesa egipcia, Fawzia, con quien tuvo una hija y de quien se divorció después de que saliera por patas de Persia harta de los cuernos y desplantes de su marido y de una corte mucho más tradicional y hermética que la egipcia. Después de que Fawzia volviera al Cairo, Reza, con la ayuda de su madre y su hermana, comenzó a buscar una segunda mujer con la que tener un hijo varón y asegurarse el heredero. Ahí comienza la historia de Soraya y el Sah de Persia.
Una boda de ensueño y una maldición
En 1950 Ashraf, la hermana melliza de Sah, viajó a Londres para buscar a una mujer que resultara adecuada para la tarea de proporcionar un heredero a la dinastía Pahleví. Cuando Ashraf conoció a Soraya apresurada llamó a su hermano “no voy a buscar más, la he encontrado”. La primera vez que Reza vio a Soraya fue en una fotografía que desde Londres le envió su melliza y según cuentan el flechazo fue instantáneo.
Soraya tenía solo 18 años cuando Reza la invitó a cenar en palacio con el fin de conocerla y más importe aun, que le cayera en gracia a su madre. En esa cena la joven pasó la prueba con nota a ojos del Sah y de su futura suegra. Según ella misma reconocería más adelante “en aquellos años era una absoluta zopenca, no sabía nada de mi país, ni de su historia, ni de la religión musulmana” y es que Soraya había sido educada en el catolicismo en distintos colegios privados de Alemania y otros paises de Europa.
Poco después de aquella cena en palacio se anunció la boda de Soraya y el Sah para finales de 1950. El enlace se tuvo que posponer porque la joven prometida cayó enferma de gravedad al contraer la fiebre tifoidea. Durante los casi dos meses que estuvo ingresada, cuenta la leyenda épica en torno al Sah que, todos los días recibía un ramo de 60 rosas y una joya que aparecía cada mañana debajo de su almohada. Finalmente, cuando la joven estuvo algo mejor, el 12 de febrero de 1951 la pareja se casó en el palacio de Golestán en la que sería la segunda boda del rey de Persia. Soraya se casó enjoyada hasta los pies y luciendo un diseño exclusivo de Dior que llevaba 20.000 plumas bordadas.
El matrimonio, si bien era feliz, tenía la presión por dar un heredero a la dinastía. Para aquel entonces ya se empezaba a hablar de la maldición de Pahleví: el Sah era incapaz de tener un hijo varón. Comenzó un peregrinaje de Soraya por eminencias médicas especializadas en ginecología en todo el mundo que terminaron por confirmar que le iba a costar muchos años poder concebir. Las presiones de distintos estamentos del estado culminaron con el anuncio del divorcio por parte del Sah en 1958, quien entre lágrimas describió la decisión como el sacrificio de su felicidad pensando en la estabilidad del país.
Repudiada, pero con la vida por delante
Desde aquel momento Soraya fue repudiada por su marido, pero el acuerdo de divorcio al que llegaron fue generoso. A sus 26 años Soraya se hizo con una fortuna, la propiedad de las joyas que el Sah le regaló durante su relación y el título de princesa real de la dinastía Pahleví de forma vitalicia. Además, uno de los beneficios de su título era poder disponer de un pasaporte diplomático que le aseguraba libertad de movimientos para conocer el mundo.
Durante algún tiempo Soraya conoció multitud de países, pero terminó recayendo en Roma donde fijó su residencia en 1964 y probó suerte en el mundo del cine, como siempre había soñado. Durante su aventura romana participó en varias películas bastante mediocres, pero sin duda lo más importante para ella fue que conoció de nuevo el amor con el cineasta Franco Indovina.
Este nuevo amor, como todo en la vida de Soraya, no fue fácil. Franco estaba casado y esperando una segunda hija con su mujer. Aun así, siguieron adelante con la relación e Indovina terminó divorciándose de su mujer, Amalia en 1968. La entrada del año 1972 fue especialmente para Soraya en su aventura italiana, Franco y ella anunciaron su compromiso para junio de ese mismo año. Una vez más el destino tenía otros planes para Soraya, en mayo de 1972 Franco falleció cuando el avión de Alitalia en el que viajaba a Sicilia se estrelló contra Montaña Longa. Posiblemente aquel fue el momento en el que sus ojos terminaron de adquirir ese aire melancólico que le sirvió de sobrenombre.
Los últimos años y una herencia en disputada
Después de aquella tragedia la princesa se instaló en París, donde fue acogida como una más de la alta sociedad de la ciudad. Su cuartel general fue un piso de la avenida Montaigne, la misma calle en la que está la Maison Dior. En 1979 el régimen islámico del ayatolá Jomeini derrocó la monarquía de Pahleví quien tuvo que irse al exilio con toda su familia, Persia desaparecía para pasar a ser la República Islámica de Irán. Reza Pahleví no pasaba su mejor momento ya que estaba aquejado de un cáncer mientras se veía obligado a vagar por el mundo en busca de una residencia.
Cuando Soraya se enteró de la enfermedad de su exmarido se puso en contacto con él para verlo y aunque Reza accedió, ese encuentro no llegó a materializarse nunca. Pahleví murió en el Cairo en 1980 y Soraya comenzó en aquellos años a ser una habitual de la jet set marbellí donde vivió noches de gloria.
El 26 de octubre del año 2001 la princesa no contestaba al teléfono en su casa de París y unos amigos fueron los encargados de descubrir su cuerpo sin vida. Su funeral en París fue una auténtica convención de casas reales en el exilio, celebridades y socialités de toda Europa. Los restos de Soraya fueron enterrados en Munich, ciudad natal de su madre. Como murió sin descendencia, su heredero fue su único hermano, Bijan, que murió 8 días después de ella. Bijan tampoco tenía ni testamento ni herederos, así que la fortuna de la princesa pasó a manos del estado alemán hasta el año 2016 en que la justicia falló que pasase al chofer y secretario personal de Bijan, quien para ese fin presentó ante el juez una anotación del hermano de la princesa en su agenda en la que apuntaba que en caso de fallecimiento le legaría todos sus bienes.