El 2 de julio se cumplen 13 años de la boda religiosa de Alberto y Charlène de Mónaco. Un día antes, el 1 de julio de 2011, la pareja se había casado por lo civil, siguiendo la tradición en el Principado. Los príncipes están de aniversario y alcanzan ese número, el fatídico trece para los más supersticiosos, que tiene mucho de simbólico para una pareja siempre bajo la lupa de la sospecha.
Muchos miran con cierta ironía a un matrimonio que ha estado cuestionado prácticamente desde el principio. Motivos no les faltan. Alberto y Charlène parece que nunca han sido verdaderamente felices y no terminan de quitarse de encima la idea de que la suya es una relación de conveniencia.
La Casa Grimaldi ha compartido una nueva fotografía en sus redes sociales para dar fe de esta fecha tan especial: una instantánea tomada desde el palacio de Montecarlo, mientras la pareja saluda a su pueblo congregado abajo en la plaza.
Ambos están de espaldas, con sus dos hijos por delante, y el soberano aparece ligeramente de lado sonriente y con su mano posada en la cintura de su esposa en un gesto que podríamos calificar como protector. A Charlène no se le ve el rostro.
Pero retrocedamos en el tiempo para descifrar las claves de esta pareja. El "sí, quiero" de Alberto y Charlène fue una boda de 'cuento de hadas'... a medias. Nada que ver con la fantasía generalizada que despertó en su momento el enlace de Rainiero y Grace, en abril de 1956. Se había esfumado el glamour de Hollywood y Alberto tampoco gozaba del carisma y la simpatía de sus hermanas, las princesas Carolina y Estefanía.
Pero, al fin y al cabo, una boda es una boda y ese día todos los ojos estuvieron puestos en el minúsculo Estado mediterráneo.
La llamativa resistencia de Alberto de Mónaco a casarse
El soberano se resistió todo lo que pudo para 'sentar la cabeza' y ejerció durante muchos años como monarca libre en solitario. Era la gran excepción de los 'royals' europeos. Ya no se le concedía ni siquiera el título de soltero de oro. Lo de príncipe azul también le quedaba lejos.
Los más soñadores apostaban ya por la sucesión en sus sobrinos, los bellos vástagos Casiraghi de la princesa Carolina, a los que el tío siempre ha adorado. Alberto tenía callo vital y le costó decidirse a dar el paso. Pero al final el príncipe optó por acatar la responsabilidad de su cargo.
Después de cinco años de noviazgo con Charlene Wittstock, ¡cinco!, sospechosamente medidos y controlados, el príncipe Alberto al fin abandonaba la soltería en 2011. Tenía 53 años. La novia, veinte menos.
Para un país confesional como Mónaco, declarado oficialmente como católico, el monarca debía contraer matrimonio por la Iglesia y poder así dar descendencia legítima al trono.
El agitado pasado sentimental del príncipe Alberto: padre de dos hijos antes del matrimonio
Eso sí, en el camino Alberto tampoco había sido un monje. El príncipe, que subió al trono tras la muerte de su padre en 2005, había exprimido a fondo sus días y sus noches. Muchas relaciones sentimentales, pasajeras o más o menos serias, habían copado los titulares. Y es que además a Alberto le gustaban mucho las modelos (Claudia Schiffer, Tasha de Vasconcelos...), lo cual le granjeó una merecida fama de picaflor.
Eso sí, ninguna de estas mujeres figuró nunca como su novia oficial. Hasta que llegó Charlène.
Para entonces Alberto ya era padre de dos hijos: Jazmin Grace, nacida en 1992 fruto de su romance con la estadounidense Tamara Jean Rotolo; y Alexandre, de 21 años, que tuvo con la azafata togolesa Nicole Coste. Esta, por cierto, se deja caer de vez en cuando en eventos públicos del Principado. No se sabe qué tal le sentará esto a Charlène.
Los dos están reconocidos legalmente como hijos del príncipe Alberto, pero carecen de derechos dinásticos en la línea de sucesión. Alberto ejerce de padre sin problema y no oculta a su 'otra' familia. Es, sin duda, el monarca más original de las monarquías europeas.
Los jóvenes a veces aparecen con él en actos públicos del Principado, comparten fotos de encuentros privados y han normalizado por completo su presencia en el Principado. Por supuesto, Alberto les pasa regularmente una pensión a la altura de la realeza. Se dice que de 300.000 euros al año para cada uno. En un futuro estos hijos también serán herederos de parte de su fortuna.
A todo esto, ¿qué ocurre con Charlène? La nadadora sudafricana devenida en princesa ha tenido que adaptarse al exigente protocolo monegasco y aceptar el pasado de su esposo sin rechistar. O casi. Ella misma reconoció en su día que al principio se sentía como "un pez fuera del agua".
La princesa Charlène, aguantar y callar
La exdeportista, ganadora de medallas y participante en varios Juegos Olímpicos, se presentó como una especie de continuación de la princesa Grace, la que hubiera sido su suegra de no haber fallecido en un trágico accidente de coche, en 1982. Su sucesora era un remedo: rubia, alta, dulce, elegante...
Pero, como vemos, esa promesa no ha llegado a materializarse del todo. Una actitud esquiva y decididamente rebelde han acabado convirtiendo a Charlène en una princesa muy diferente a la famosa musa de Hitchcock. Se ha transformado físicamente con retoques estéticos, viste firmas de lujo y se ha refinado al máximo, pero no es de lejos tan querida como su predecesora.
Basándose en su escasa complicidad, los más maliciosos apuntan a que el príncipe Alberto escogió a Charlène poco más o menos como si se tratara de un casting. Según un supuesto contrato prematrimonial, se habrían dejado claros los términos especificando cuál sería su papel, cómo tendría que ser y comportarse. El caso es que, fuera como fuera, Charlène aceptó.
El polémico tren de vida de Charlène de Mónaco
En su boda, la princesa Charlène vistió un elegantísimo Armani blanco, que acentuaba su estilizada silueta y enmarcaba sus anchos hombros con delicadeza. Sin embargo, apenas la vimos sonreír. Parecía una novia algo triste y distante. Mal comienzo. Quizás eso marcó una pauta en un matrimonio que siempre ha estado en entredicho.
El 10 de diciembre de 2014 por fin llegaron los ansiados hijos, los mellizos Jacques y Gabriella, y la princesa Charlène dio un giro total. Su función principal, dar un heredero al trono, parecía satisfecha y ella empezó a relajarse.
Así empezó a tener una vida propia más al margen de lo público, llamando la atención que cumpliera con escasos compromisos dentro de la agenda oficial e incluso por vivir separada de su esposo muchos meses al año, ya fuera en su paraíso de Roc Agel o en su residencia de vacaciones en Calvi (Córcega).
Se cuentan fiestas y amistades ocultas, que no concuerdan con la imagen de una princesa triste y aislada. Charlène vive a su manera. En ese sentido también cuenta con el apoyo de su hermano Gareth, que vive en el Principado y dirige la Fundación Princesa Charlène.
Por otro lado se habla de que el monarca 'paga' a su esposa por su silencio, tal y como sacó a la luz el excontable del príncipe Alberto, Claude Palmero, en un informe publicado en el diario francés Le Monde a principios de este año. Ahí se le achacaba a la consorte un escandaloso tren de vida a causa de su "caótica vida personal".
A pesar de que la princesa Charlène tiene una asignación oficial de casi 1,5 millones de euros al año, el contable la ha acusado de gastar cantidades ingentes de dinero extra. Entre otras cosas, porque ha contratado a un chef personal y ocho personas para su servicio privado exclusivo...
Según los cálculos del que fuera mano derecha de Alberto, Charlène de Mónaco ha gastado cerca de 15 millones de euros en solo ocho años.
La grave enfermedad de Charlène de Mónaco que lo cambió todo
El gran punto de inflexión lo supuso la grave enfermedad que sufrió la princesa Charlène, en mayo de 2021. Una infección de nariz, garganta y oídos que la pilló mientras se encontraba de viaje en Sudáfrica y a lo que se sumó la pandemia del covid.
Eso la obligó a permanecer varada en su país natal nada menos que diez meses, hasta que al fin pudo regresar al Principado. La dureza de su convalecencia y la separación de los suyos, en especial de sus pequeños (aunque estos la visitaron junto con Alberto en una ocasión) le provocaron duras secuelas físicas y emocionales. Tanto que a su regreso a Mónaco, Charlène tuvo que retirarse a un sanatorio en Suiza para terminar de recuperarse.
Todo ello acrecentó mucho más los eternos rumores de crisis en el matrimonio. Sus fríos gestos en público, con escaso contacto físico y hasta visual, siempre han sido analizados a fondo. Algunos medios internacionales llegaron a hablar directamente de divorcio.
Si bien tanto Alberto como Charlène se dedican cada cierto tiempo a desmentir los peores augurios. "Es mi roca", llegó a decir la princesa sobre su marido. Pese a todo, sus declaraciones no logran convencer y los príncipes no se libran de sospechas y dudas
Ahora Alberto y Charlène de Mónaco continúan ruta. Hoy celebran sus 13 años de matrimonio, no se sabe si juntos o por separado. Lo que es innegable es que ambos se sitúan como los 'royals' más raros entre las monarquías europeas (salvando las distancias con Federico y Mary de Dinamarca post asunto Genoveva Casanova).
Aunque en los últimos meses protagonizan más salidas juntos y los dos han acercado posiciones, sus gestos de cariño todavía siguen pareciendo impostados. Su reto será ser más naturales y solo así, quizás, convencerán al mundo y dejarán de estar en la diana.