Hay quien recibe por sorpresa la oportunidad de su vida y otros que esperan por ese momento una vida entera. Carlos III es sin duda el claro ejemplo de lo segundo. Nació hace 76 años y tuvo que esperar 73 para cumplir el cometido para el que había nacido: ser rey. Pasó su juventud al completo aprendiendo a gestionar la expectativa de vivir esperando el relevo generacional que solo se produciría con la muerte de su madre, ya que la desaparecida Isabel II pensaba que la naturaleza divina de su cargo solo debía traspasarse cuando a uno le sobrevenía la muerte.
Son muchas las ocasiones en las que a lo largo de su vida hemos podido ver cómo Carlos III daba señales de contar con la paciencia justa, todavía recordamos cómo en su coronación se enfadó con una pluma estilográfica que realizaba un trazo que no era de su agrado llegando a decir en alto enfadado “¡no soporto esta maldita cosa!”. Así que no es de extrañar que en sus 73 años de espera alguna vez haya perdido la paciencia y haya querido forzar de alguna manera el relevo en la Corona, se sabe que en alguna ocasión comentó con algún político que estaba preparado para ser Rey, pero no es cierto que se reuniera con este fin con el primer ministro John Major como se contó en la serie ‘The Crown’.
Nacido para reinar
El nacimiento de Carlos III estuvo marcado por la certeza de que algún día sería Rey. Se dio la circunstancia de que, por primera vez desde el siglo XVII en el alumbramiento no estaba presente ningún político, hecho que era común para poder certificar que el recién nacido era efectivamente hijo natural de la monarca. A la Reina Isabel II la acompañaron en aquellas 30 horas de parto su hermana, la Princesa Margarita y su madre, la Reina Isabel Bowes-Lyon. El padre de la real criatura, Felipe de Edimburgo estaba jugando un partido de squash y días después comentaría que el recién nacido era igual que un pudín de ciruelas. Sin duda, las palabras que todo el mundo espera oír del orgulloso padre primerizo.
Carlos nació heredero de la Corona y esto, sin duda, marcó definitivamente su carácter y su forma de ser y desenvolverse. En sus primeros años el joven tuvo todas las atenciones posibles salvo las de sus padres, que siempre tenían algún compromiso que atender. Años más tarde fue internado en una institución de enseñanza en Escocia, Gordonstoun, un lugar al que el Rey Carlos III definiría años más tarde como “el infierno en la tierra”. No era un buen estudiante, de hecho, cuando en su juventud entró en la Universidad de Cambridge este hecho causó gran revuelo porque se consideraba un trato de favor teniendo en cuenta su “mediocre” historial escolar. Tenía notable en historia y aprobado raspado en francés, algo que no estaba a la altura de los estándares exigibles al resto de estudiantes de la institución.
Místico, alternativo y ahora, vulnerable
En sus años universitarios, el entonces Príncipe Carlos, sentía que tenía un gran vacío en su interior. Es por esa sensación que en esa época comenzó a buscar respuestas en otro tipo de estímulos. Se asomó con interés a otras religiones distintas a la suya y se interesó por terapias alternativas. En este momento de su vida se cruzó en su camino Laurens Van Der Post, una polémica figura. Van Der Post era un periodista nacido en Sudáfrica que había ido falseando su autobiografía para sacarle el máximo provecho en cada momento; se inventó haber sido criado por una niñera bosquimana para presentarse como una suerte de experto en esta etnia, aseguraba ser intimo amigo de personajes relevantes en la historia y falseó su historial militar para conseguir estatus de héroe bélico.
Este señor, que defendía toda clase de pseudociencias y terapias alternativas, se convirtió en un gurú para Carlos III. La fascinación del Príncipe por este señor fue tal que cuando nació el Príncipe Guillermo fue elegido como uno de sus padrinos (en Reino Unido es común tener más de un padrino). Van Der Post lo tenía todo, mentiras, polémicas y hasta un historial terrible de abusos a menores: abusó de una niña de 14 años a la que dejó embarazada y de la que luego se desentendió. Él tenía por aquel entonces 46 años, pero era 1950 y aquella barbaridad se vio como una excentricidad si más que pasó a engrosar su vergonzosa historia vital. El apoyo de Carlos a todos los planteamientos de aquel charlatán amigo de Margaret Thatcher era tal que lo llevó a apoyar un plan de Van Der Post defendiendo el uso de homeopatía en la Seguridad Social. Aquello provocó que el Príncipe de Gales se enfrentarse con médicos que defendían que lo que proponía no tenía base científica alguna y suponía un peligro público.
En concreto, el médico Edzard Ernst fue la voz más crítica con este sinsentido y fue obligado a jubilarse por las presiones que Carlos III ejerció a través de sus contactos. A día de hoy Ernst define al Rey Carlos III como “un enemigo de la ilustración”. Este lado místico del monarca preocupa especialmente a los especialistas que lo tratan del cáncer que padece y los hace temer porque un día decida abrazar este tipo de tratamientos dejando de lado la medicina convencional en este vulnerable momento de salud. Es este mismo lado espiritual del padre de Guillermo y Enrique el que lo hizo abandonarlo todo en el año 2002. Al fallecer la Reina Madre, el Príncipe de Gales se retiró durante una semana en un monasterio ortodoxo en el Monte Atos de Grecia. Carlos pareció querer abrazar la vida monacal para superar la pérdida de su abuela, pero un trozo de palacio lo acompañó esos días de retiro espiritual: junto con las decenas de maletas y baúles, el hijo de Isabel II se llevó hasta Grecia a su propio mayordomo. Espiritual sí, pero, ante todo, un Windsor.