Las crisis emocionales tienen la finalidad de madurar, evolucionar, y encontrar nuestro sitio en la vida. El tipo de crisis es diferente dependiendo de la fase de la vida y la edad que se tenga. Para Carl Gustav Jung, los ciclos de la vida se clasifican en dos etapas: etapa de expansión y la etapa de introversión.

En la etapa de expansión la crisis se produce en la primera mitad de la vida. Representa la construcción de una identidad e independencia, en todos los aspectos. Se produce un asentamiento del Yo y se forja una identidad y un fortalecimiento de la personalidad. Se desarrolla la creatividad, la relación social y el espacio individual respecto al entorno.

En la etapa de introversión, se descubre que el Yo creado no es completamente el Yo verdadero, con lo que se produce una búsqueda de aspectos interiores y profundos que antes pasaban más desapercibidos. El Yo formado en el primera etapa sirve para unificarnos en la segunda mitad, e integrar todos nuestros valores. Ha sido importante y necesario trabajar en la primera etapa para forjar la identidad de un Yo individual y social, aunque haya sido a costa de separarnos de nuestra verdadera identidad, Yo real o esencia individual.

Esta etapa se empieza a producir a partir de los cuarenta; cualquier desequilibrio psíquico o trauma que continúe en esta segunda etapa, significa que no ha podido ser resuelto en la primera. La diferencia con la primera etapa es que ya no necesitamos forjarnos una personalidad, sino llegar a ser libres e independientes de esa personalidad ficticia, alejada de la verdadera.

Nos volvemos realmente maduros cuando somos capaces de separarnos de ese Yo, y de relativizar los asuntos que nos parecían más importantes en la primera etapa. Nos volvemos más sabios, más tranquilos, más desapegados y no le damos tanta importancia a la imagen que proyectamos a los demás. Ya no necesitamos tantas experiencias ni “comernos el mundo”. Nos vamos quitando esa máscara (en griego, máscara significa “personaje”).

También nos vamos enfrentando por primera vez a la experiencia de sentir que somos alguien distinto a quien creíamos que éramos. En realidad, estamos más próximos a quienes somos en esencia, que al personaje forjado en la primera etapa.

Definitivamente, damos un salto a lo desconocido; nos embarcamos en una aventura que no teníamos previsto comenzar, que es la de autodescubrirnos y aceptar como falsas, algunas ideas eran un dogma para nosotros pero que empezamos a cuestionar y a relativizar.

Esa es otra de las crisis de la vida, la de enfrentarnos a la falsedad de muchas de nuestras convicciones, al ver como se nos cae el castillo de naipes que nos habíamos construído en toda nuestra vida anterior. Ese es el aprendizaje, el de tomar consciencia de que nada es permanente, seguro, o una verdad abosoluta. Además, nos tenemos que enfrentar a nuestra sombra, sin poder ya huir de ella si queremos evolucionar.

Etapas y sus crisis respectivas

INFANCIA: La primera crisis (y no hay que tomárselo a broma) es el momento del nacimiento. La criatura sufre la separación de ese lugar tan confortable y seguro como es el vientre materno. Cuando el niño viene al mundo, es totalmente dependiente; es más, siente que es uno con su madre, aunque ya haya sido cortado el cordón umbilical.

ADOLESCENCIA: Se produce un cambio brusco y fin de la infancia. Es la primera aproximación de aquello que seremos de adultos. Se produce una autoafirmación y una expansión hacia lo social y lo externo. Nos afectan sobremanera la opinión de los demás y las aparciencias externas. Todo ello produce una alteración de nuestros sentidos, unido a la inseguridad que conlleva el autodescubrimiento, el tomar las primeras decisiones independientes y la sensación de independencia. La sexualidad se ve claramente alterada, teniendo todavía en un futuro de integrar el amor y romanticismo con la pulsión sexual.

MADUREZ: Lo que todo adolescente desea alcanzar, que es el estado de persona adulta, se convierte en un darse cuenta de lo que antes se veía como un estado utópico, se convierte en una etapa llena de responsabilidades y obstáculos. La crisis llega al tener que enfrentar la idea que se tenía del mundo adulto, con el mundo real. Mas adelante se produce la llamada Crisis de los cuarenta, donde consciente o inconscientemente nos damos cuenta que estamos en la mitad de la vida y comenzamos a buscarle un sentido y una reorientación, pudiendo sentir inseguridad y frustración. La crisis nos hace tomar conciencia de ello, aunque para ello suponga una etapa de angustia y desorientación. Comenzamos a hacer balances y a buscar más allá de los aspectos materiales y aparentes. Tomamos definitivamente las riendas de nuestra vida al darnos cuenta que todavía no hemos llegado a un estado de paz y comprensión de la vida que desearíamos tener.

Al igual que el águila, a mitad de su vida necesita una renovación y un cambio de percepción que nos permita afrontar con éxito la segunda etapa de nuestra vida.

VEJEZ: La vejez incluye el final de la vida laboral, y eso supone algo obligatorio, lo cual puede ser una crisis en cualquiera de los casos. En algunos casos por querer seguir trabajando y seguir sintiéndose útil, teniendo la sensación de no servir. En otros casos por descubrir que la llegada de tan deseado momento de la vida, dista mucho de ese etapa de descanso, dicha y de disfrute del esfuerzo generado durante tantos años. En cualquier caso, la adaptación forzosa a esa realidad es una etapa de crisis que debemos afrontar. Por eso muchas personas, mientras su cuerpo se lo permite, continúan realizando actividades laborales más allá de la edad de jubilación.

La vejez no solamente conlleva crisis debido al final de la vida laboral, sino crisis por la pérdida de facultades físicas y mentales, viéndose mermada la libertad de movimiento, dolores, cuidados especiales, enfermedades, etc. Podemos sentir angustia por ver a nuestros seres queridos preocupados por nosotros, y demás cambios propios de esta etapa. Pero la vejez puede dejar de ser una crisis aguda si conseguimos sustituir las facultades físicas perdidas por una toma de conciencia de mayor madurez mental, restarle importancia a cosas que antes nos preocupaban más, encontrar que el sentido de la vida pasa por saber que hacemos lo máximo que podemos hacer, aunque nos dé la sensación de lo contrario. Nos da la oportunidad de cerrar heridas y solucionar conflictos internos hasta el últmo momento. También es el momento de conjuntar los opuestos y de aceptar lo que somos y hemos sido.

Ahora es una etapa donde no tenemos que demostrar nada a nadie; lo único que nos interesa ya es poder ser nosotros mismos, minimizando completamente la opinión de los demás. Se tiene la oportunidad de disfrutar sin ataduras morales ni culpas. Sabemos que hacemos lo que podemos, y que no podía haber ocurrido otra cosa distinta de lo que nos ha ocurrido, así de claro. Nos entregamos a los brazos de la vida y ya no tenemos la angustia del futuro. Nos desapegamos de todo para no tener la sensación de que la muerte nos lo ha arrebatado.

En realidad, volvemos a nuestra infancia; no de manera inmadura, sino desde el conectar con lo que somos, con capacidad de disfrute, sin condicionantes, ni prejuicios, ni creencias forjadas con el tiempo, despreocupados por lo que pueda pasar, etc.

Al final de la vida, todo el tiempo que hemos dedicado a la autorrealización e individuación,  se convierte en una entrega plena y confiada del Yo, conectándose con lo que somos realmente y nunca desaparece. Nos rendimos a una realidad que no podemos comprender hasta que no hemos pasado por el umbral de la muerte, que es el origen y la madre de todos los miedos, el cual será disuelto en ese momento.

Pablo Ruiz Bellveser. Terapeuta Emocional y Transpersonal. Maestro de Cábala. Consultor del Árbol de la Vida Personal. Sanador Espiritual por Arquetipos. Más info. Terapeuta Transpersonal (clic aquí)

Info: dufresne12 @hotmail.com