Durante siglos las monarquías europeas han jugado a entrelazarse en matrimonios que reportaran beneficios de todo tipo para las dos partes. Era muy común que los padres de los y las jóvenes casaderas se interesaran por encontrar al mejor pretendiente posible para su prole. Además, se organizaban todo tipo de eventos y reuniones para propiciar una especie de ‘first dates’ entre las familias reinantes. Uno de estos eventos con fines casaderos fue el crucero Agamenón, organizado por Federica de Grecia, la madre de la emérita Sofía.

De ese crucero del amor del año 1954 solo salió una pareja real que terminó casándose y divorciándose después. La reina Federica se volvió a casa de vacío con sus tres hijos tan casaderos como habían llegado. En ese crucero se vieron por primera vez los protagonistas de esta historia, pero no llegaron a nada más. A bordo del Agamenón se encontraron por primera vez la princesa Sofía de Grecia, Juanito de Borbón y el príncipe Harald de Noruega. En ese viaje Sofía tenía 15 años, Juanito 16 y Harald 17. Los tres habían conocido ya a los amores de sus vidas.

La joven Sofía de Grecia junto a su madre, la reina Federica y la duquesa de Kent en 1963

La joven Sofía de Grecia junto a su madre, la reina Federica y la duquesa de Kent en 1963

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El clima propicio para el amor

En la primavera de 1958 la familia real griega viajó hasta Oslo para una visita oficial. Durante la estancia, se celebró en palacio un gran baile en el que ambas familias recibieron a autoridades del país. Fue esa noche donde surgió el rumor: el príncipe heredero noruego se había fijado en una joven princesa griega. Harald y Sofía bailaron toda la noche juntos y al día siguiente la pareja copaba las portadas de todos los periódicos noruegos que ya veían a la griega como la novia del príncipe.

La reina Federica, que siempre fue muy resuelta, aprovechó la buena sintonía de los jóvenes y la coyuntura favorable para invitar a Harald a pasar unos días de vacaciones en la residencia que la familia real tenía en la isla griega de Corfú. El príncipe accedió y los visitó durante quince días en los que Sofía y él conocieron todos los rincones de la isla y navegaron juntos por otras islas cercanas. Después de esos quince días Federica y su marido Pablo daban por hecho que era solo cuestión de tiempo formalizar el matrimonio.

La reina Sofía del brazo del rey Harald de Noruega en una recepción en 2006

La reina Sofía del brazo del rey Harald de Noruega en una recepción en 2006

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El corazón del príncipe ya estaba ocupado

Desde esas idílicas vacaciones en Corfú ambas familias forzaron un par de encuentros más y todo parecía ir viento en popa para la pareja, la realidad era muy distinta. En este punto de la historia hay dos versiones que pueden ser contradictorias o complementarias. Por un lado, en junio de 1961 se cree que el rey Olav de Noruega tenía intención de anunciar el real compromiso, pero el príncipe Harald lo paró diciéndole que no tenía intención de aceptar ese matrimonio porque él ya estaba enamorado de otra mujer y que si no aceptaban su decisión renunciaría a sus derechos dinásticos.

La otra versión del asunto tiene menos épica e incluye un detalle que siempre acompañó a la familia real griega: tira y afloja con el gobierno griego. Esta versión del asunto alude a un problema económico como freno de esta historia de “amor”. Parece ser que la familia real griega habría pedido una elevada dote económica al gobierno para sellar el matrimonio con el rey Olav de Noruega y el parlamento griego se habría negado a aprobar la cifra solicitada rebajándola hasta la mitad. Esta rebaja griega habría hecho al monarca noruego echarse para atrás y desechar a Sofía como candidata a la corona noruega. Sobre este pasaje de su vida, la emérita comentó en sus memorias a Pilar Urbano que “sé que había muchos intereses en casarnos. Se provocaron encuentros, se hicieron cábalas, pero no se materializó en nada”.

El desenlace: dos bodas y un casi suicidio

Que Sofía terminó casándose con Juan Carlos de Borbón es el final que todos conocemos de esta historia, pero podemos decir que Harald tuvo un final feliz para su cuento de hadas. Cuando la posibilidad de entroncar con la familia real griega se disipó, el horizonte parecía mucho más prometedor para el joven príncipe noruego. La realidad es que, en el verano de 1952, en un campamento estival, Harald había conocido a una muchacha que le había robado el corazón. Pero como en todos los cuentos de hadas, la historia de amor no era tan fácil como darse un sí quiero.

 

Los reyes Harald y Sonja de Noruega en la boda de la princesa Victoria de Suecia en 2010

Los reyes Harald y Sonja de Noruega en la boda de la princesa Victoria de Suecia en 2010

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Esta joven era Sonja Haraldsen, hija de un pujante empresario textil de Oslo, pero con un origen nada real para las exigencias que debía cumplir la esposa del heredero al trono y para más inri Sonja era de profesión costurera, algo que encendía los ánimos más clasistas de los monárquicos noruegos. Según cuentan, la propia Sonja llegó a amenazar a Harald con quitarse la vida si accedía a casarse con Sofía. Sea como fuere, la realidad es que el 23 de agosto de 1968 la pareja consiguió sellar su historia de amor en la catedral de Oslo para sorpresa de todos los noruegos. Para aquel entonces Sofía llevaba ya seis años casada con Juan Carlos I y el matrimonio contaba ya con tres hijos.