Un magnífico día primaveral, con  un cielo azul intenso, radiante sol y el olor a azahar impregnando todos los rincones de la ciudad. Así se despertó Sevilla el 18 de marzo de 1995, ahora se acaban de cumplir treinta años, dispuesta a celebrar por todo lo alto la boda de la Infanta Elena y Jaime de Marichalar. La ocasión lo merecía, ya que era el primer enlace real que tenía lugar en nuestro país desde el de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg en 1906.

La Infanta Elena eligió la capital andaluza por dos razones: la primera, homenajear a su abuela paterna, la condesa de Barcelona, que adoraba Sevilla; y la segunda, porque ella misma era también una enamorada de la ciudad desde su juventud.

El día antes de la boda ya la capital hispalense había vivido una jornada muy especial, cuando los todavía prometidos habían recibido las trece arras de oro de manos del alcalde como regalo de la ciudad, y ya por la noche la gran fiesta en la plaza de toros de La Maestranza, donde los invitados disfrutaron de un espectáculo con caballos andaluces. Pero nada comparado a lo que iba a suceder el propio 18, cuando a las doce y media del mediodía se celebró la boda.

Foto familia boda Infanta Elena

La Infanta Elena y Jaime de Marichalar en la foto de familia: el entonces Príncipe Felipe, Doña Sofía, Don Juan Carlos, Concepción Sáenz de Tejada, madre de Jaime, y la Infanta Cristina.

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La boda de la Infanta Elena, un día histórico

La jornada histórica ya se vivía desde primeras horas de la mañana. Algunos se despertaban en los sacos de dormir donde habían pasado la noche para garantizarse un buen sitio en las inmediaciones del templo, mientras otros llegaban con sus sillas plegables y se acomodaban para ver lo más cerca posible a los novios y a la Familia Real española, pero también al gran desfile de los 1.500 invitados con royals, aristócratas y personalidades, que viajaron a Sevilla.

Jaime de Marichalar y Concepción Sáenz de Tejada

Jaime de Marichalar del brazo de su madre y madrina, Concepción Sáenz de Tejada.

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Al ritmo de las palmas por sevillanas, fueron desfilando por la alfombra roja los invitados. Entre los más aclamados, una elegantísima Reina Sofía del brazo de su hijo, el entonces Príncipe de Asturias, impecable con uniforme de gala de la Marina, que se llevó todos los piropos. 

El look de las invitadas según el protocolo

La recomendación del protocolo para las invitadas indicaba la conveniencia de no ir de blanco, reservado para la novia, ni de negro. Tampoco aconsejaba la pedrería. Se recomendó el traje corto y los colores pastel para las mujeres y el chaqué para los hombres. Mientras que las invitadas llegadas de fuera optaron por sombreros y tocados, en el caso de las españolas lucieron la clásica mantilla.

Sin embargo, el momento más esperado llegó cuando faltaban dos minutos para las doce y media del mediodía, y la Infanta Elena salió del brazo de su padre y padrino de los Reales Alcázares, la residencia oficial de la Familia Real en Sevilla. Entre gritos de "guapa, guapa" y "olés", desfiló emocionada y algo  nerviosa, con una tímida sonrisa que se dejaba ver bajo el velo de tul.

El vestido de la novia

Elena lució un vestido del diseñador sevillano Petro Valverde. Un sencillo diseño confeccionado en organza de seda con manga francesa y escote cuadrado bordado, que acompañó del velo que habían llevado su madre, la Reina Sofía, y su abuela la Reina Federica, la tiara de platino y brillantes de la familia Marichalar y pendientes de brillantes y perla a juego con la pulsera.

Infanta Elena y Rey Juan Carlos

La Infanta Elena hizo el paseíllo con su padre y padrino, el Rey Juan Carlos, que llevaba su brazo derecho escayolado.

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Bajo los sones de la Marcha Real, el Rey y la Infanta hicieron su entrada por la puerta de Campanillas de la catedral, a la vez que las campanas de la Giralda y las de toda Sevilla comenzaron a sonar. 

A la una menos veinte de la tarde, Elena y Jaime se encontraron ante el altar mayor, donde según la tradición solo pueden casarse los miembros de la Familia Real y los Grandes de España. En ese momento el novio se saltó el protocolo y la recibió con un beso en la mejilla.

La Infanta Elena saltándose el protocolo

La ceremonia no estuvo exenta de anécdotas, como la protagonizada por la Infanta Elena cuando ante la pregunta del arzobispo de Sevilla, Monseñor Carlos Amigo: ¿quieres recibir a Jaime de Marichalar como esposo y prometes serle fiel en la alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad y, así amarlo y respetarlo en todos los días de tu vida?, respondió un rotundo sí, sin haber solicitado el consentimiento a su padre como solicitaba el protocolo.

Infanta Elena y Jaime de Marichalar

Los novios en un momento de la ceremonia. 

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También la espontaneidad de la Infanta quedó de manifiesto cuando el novio tuvo dificultad al quitarle el velo de la cara tras ser declarados marido y mujer, y ella le indicó con un gesto natural que se lo echara para atrás.

Infanta Elena y Jaime de Marichalar

Jaime de Marichalar le quitó el velo sobre la cara a la Infanta.

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Pero por encima de todo fue una boda de gran emotividad, con unos novios felices y nerviosos que no dejaron de sonreír en varios momentos, y unos padres de la novia muy emocionados, hasta el punto de que Don Juan Carlos apenas pudo reprimir las lágrimas.

La salida de la Familia Real

Hora y media después la comitiva real, encabezada por Don Juan Carlos y Doña Sofía cogidos del brazo, abandonaban la catedral por la puerta del Príncipe bajo los sones del 'Aleluya' de Haendel, entre los vítores, aplausos y felicitaciones del público.

Infanta Cristina y Juan Gómez Acebo

La Infanta Cristina del brazo de su primo Juan Gómez-Acebo, fallecido el pasado mes de agosto

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Tras ellos el Príncipe Felipe, el más aclamado por las jóvenes, del brazo de la madrina, Concepción Sáenz de Tejada, madre de Jaime; la Infanta Cristina, o la condesa de Barcelona, a quien el pueblo de Sevilla mostró su gran cariño. Tras ellos, el resto de los invitados recorrieron a pie los pocos metros que separan el templo de los Reales Alcázares, donde se celebró el ágape nupcial.

El paseos en carretela por las calles de Sevilla

Mientras tanto, los recién casados subieron a la carretela y escoltados por coraceros de la Guardia Real a caballo recorrieron unas calles abarrotadas. Hicieron una parada en la iglesia de El Salvador, donde Elena depositó su ramo de novia ante la imagen del Señor de la Pasión (que después sería trasladado a la cripta donde reposan los restos de los bisabuelos paternos de Elena), y el coro de la Hermandad Rociera de la Cofradía de El Salvador entonó la 'Salve Rociera', que hizo llorar a la Infanta más flamenca.

Infanta Elena y Jaime de Marichalar

El flamante matrimonio dio un paseo en carretela por las calles de Sevilla.

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Tras ello, el flamante matrimonio regresó a los Reales Alcázares ante el clamor popular para reunirse con los invitados y disfrutar de banquete, servido por el restaurador sevillano Rafael Juliá, y la posterior fiesta. Se sirvió lubina al aroma de la trufa y la almendra, como primer plato; perdiz roja a la crema castellana como plato principal; y crema helada de café con almendras y salsa de caramelo para los postres. Sin olvidar la tarta nupcial.

Han pasado 30 años de aquel romántico e histórico acontecimiento que fue visto por 11 millones de personas a través de la televisión, y nada queda ya de aquel amor. El 13 de noviembre de 2007 se anunciaba la ruptura de la pareja con la fórmula de un "cese temporal de la convivencia" que derivó en la ruptura total y divorcio años después, pero la boda siempre permanecerá en la memoria.