De la Reina Sofía siempre se nos ha proyectado una imagen de profesional, incluso su marido Juan Carlos I ha llegado a dedicarle este calificativo en alguna ocasión. Con el paso del tiempo hemos descubierto que bajo esa supuesta “profesionalidad” se escondía la obligación de callar y mirar hacia otro lado en las constantes y numerosas infidelidades de su marido, entre otras cosas. Si bien es cierto que Sofía ha sabido siempre moverse bajo el amparo de ese paraguas de profesional, la verdad es que hubo una ocasión en la que mandó a esa etiqueta a hacer porras y mostró su cara más desconocida.
Cuesta imaginarse a la emérita Sofía en el papel de una mujer siendo maleducada ya que básicamente fue educada para desempeñar su papel como princesa a la perfección. Su madre, Federica de Grecia, se esmeró en que su hija mayor fuese una gran candidata para cualquier emparejamiento real y para ello se aseguró de que estudiase en las que ella consideraba mejores instituciones para este fin. De hecho, antes de llegar al compromiso con Juan Carlos I, el hijo de los Condes de Barcelona, Sofía fue pretendiente de Harald de Noruega, algo que no salió adelante en gran parte debido a la negativa del parlamento griego a pagar la dote que exigía el monarca noruego.
Pero la situación en la que la Reina Sofía mostró su peor cara no tiene que ver con nada de lo anterior, aunque a la vez está directamente relacionado. Hoy recordamos el día en que la reina consorte de España olvidó por un momento su posición en una cena de Estado.
El día que Sofía apartó la corona y fue solo la hermana de Constantino
El 8 de octubre de 1984 es, a todas luces, un día que la emérita Sofía no habrá podido olvidar. Ese día de octubre Sofía, que llevaba casi diez años siendo reina consorte, afrontaba ya con soltura las tareas de su puesto. La de esa noche, en concreto, era ejercer de anfitriona junto a su marido en una cena de gala con motivo de la visita de Estado del presidente de la República de Grecia, Konstantino Karamanlis. Para aquella cena Sofía se preparó como si se preparara para una batalla. A ella le tocaba sentarse a la derecha del presidente griego durante la cena y tenía un plan trazado para dejar clara su animadversión por el político heleno.
Cuando digo que Sofía se preparó como si fuese a un campo de batalla es porque lo normal sería que hubiese lucido por encima de su vestido la banda con condecoración que se intercambia por protocolo con el invitado de honor, en su defecto la emérita optó por vestir una que le había sido otorgada por su padre, el Rey Pablo, de la Orden Monárquica de Olga y Sofía y además la Gran Cruz conmemorativa del centenario de la Casa Real griega. A aquella guerra Sofía se presentó más griega que nunca y armada hasta los dientes. En un momento dado de la cena, el presidente griego le preguntó a Sofía por cómo estaba su hermano, que llevaba una década alejado de Grecia. Ante esta pregunta, la entonces Reina Sofía, solamente le dedicó una mirada laxante y el político no obtuvo respuesta alguna.
La cena continúo desarrollándose en un tenso ambiente y el aguerrido presidente griego intentó otra maniobra de aproximación queriendo explicar a Sofía su decisión de una década atrás a lo que la Reina, colmando el vaso de su escasa paciencia aquella noche, le cortó con una lapidaria frase “Señor presidente, soy la Reina de España, no me interesan los problemas internos de su país”. Curiosamente aquel acto de Sofía significaba todo lo contrario a lo que sus palabras, respiraba por la herida de ser parte de la repudiada familia real griega.
Lo que ocurrió diez años antes
Este desaire de la Reina Sofía no solo escondía el resquemor de una hermana herida por el caprichoso destino de su querido Constantino de Grecia, sino una absoluta falta de respeto por las decisiones soberanas del pueblo griego. El agravio por el que Sofía no podía ver a Karamanlis era que en 1973 el político conservador había asumido la tarea de liderar una transición democrática tras el golpe de estado que desalojó a su hermano Constantino del trono. Durante esa transición se realizó un primer referéndum donde los griegos votaron por un 78% que no querían una monarquía, pero aquel resultado fue puesto en duda por la comunidad internacional por las escasas garantías que presentaba la situación política del país.
En 1974, tras llevarse a cabo unas elecciones democráticas, el partido de centro derecha liderado por Karamanlis gana con una amplía mayoría y decide repetir este plebiscito sobre la forma del Estado: monarquía sí o monarquía no. De nuevo los griegos acuden en masa a las urnas, pero esta vez lo hacen con las garantías necesarias para asegurar un resultado transparente y representativo de la voluntad popular. Por segunda vez Constantino, el hermano de Sofía, se veía sometido a referéndum y por segunda vez perdía. En esta ocasión los griegos vuelven a decir no a la familia real por el 69% de los votos. Constantino y Ana María, Reyes en el exilio, habían querido ver en Karamanlis un aliado para la restauración de la monarquía, pero el presidente electo respetó el resultado del referéndum y acató el mandato del pueblo Heleno.
Tras este segundo plebiscito Constantino vio como sus aspiraciones de retornar como Rey de Grecia se esfumaban y desde entonces su familia vería en los dirigentes griegos un enemigo a batir, como dejó claro la Reina Sofía en aquella cena de gala de 1984. Claro que, los múltiples errores de su hermano Constantino que apoyó golpes de estado militares y la antipatía por su madre, Federica de Grecia, proclive a inmiscuirse en la vida política del país, no ayudaron a que la familia real contase con el favor de los griegos. De este modo, aquella noche del 8 de octubre de 1984 la Reina Sofía fue una agraviada ciudadana griega que se tomó la justicia por su mano.