Hay una leyenda que asegura que se podría recorrer España de norte a sur sin dejar de pisar tierra de la duquesa de Alba. También otra dice que tenía tantos títulos nobiliarios que hasta la mismísima reina Isabel II de Inglaterra habría tenido que hacerle la reverencia. Exageradas o no, la vida de María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart y de Silva, XVIII duquesa de Alba, de quien la gran periodista italiana Oriana Fallaci afirmó: "Su sangre es más azul que todas las sangres azules de la tierra", fue una leyenda en sí misma.
Se cumplen diez años de ese 20 de noviembre de 2014 en el que Cayetana Alba nos dijo adiós a los 88 años en su sevillano Palacio de Las Dueñas, la residencia y la ciudad por las que sentía auténtica pasión.
Ella, que fue una mujer de muchas y arrebatadoras pasiones: "Después de mi familia Sevilla es lo más importante. En Sevilla estoy en casa y me siento allí más a gusto que en cualquier lugar del mundo", contó en su biografía, Yo, Cayetana. Un amor en el que fue correspondida por los sevillanos que salieron masivamente a la calle para dar el último adiós a la ‘duquesa del pueblo’. Una mujer libre Cayetana Alba fue un espíritu libre, rebelde y ajena a los convencionalismos, que le llevaron a vivir la vida según sus propias reglas. Eso sí, siempre fue consciente de su papel como cabeza de la casa ducal más importante de España y de la importancia de mantener el legado. Rodeada de los mayores privilegios, no todo fue fácil. Comenzando por una infancia en la que perdió a su madre con solo ocho años y en la que tuvo que vivir el exilio en París junto a su padre, Jacobo Fitz-James Stuart, tras estallar la Guerra Civil.
Al terminar la contienda se trasladó a Londres, donde su padre había sido nombrado embajador, y también sufrió los bombardeos de la II Guerra Mundial. Allí conoció a la reina Isabel II, con quien nunca perdió el contacto, e hizo de anfitriona, a pesar de su corta edad, de personajes históricos como Winston Churchill: "Mi padre me educó siempre para ser la señora de la casa y cuando había invitados yo ocupaba un lugar prominente en la mesa".
Esta vida cosmopolita, con nannies inglesas y alemanas (su institutriz Frau Dorphi fue fundamental en su educación y también se ocupó de sus hijos hasta que murió en Liria en 1968, con 92 años) hicieron de ella una mujer adelantada a su tiempo. Pero eso no quiere decir que rompiera con las tradiciones de la época y de su posición y el 28 de abril de 1943, tras cumplir los 17 años, fue presentada en sociedad con una gran fiesta celebrada en el Palacio de Las Dueñas. Ese día, Tana (como se la conocía cariñosamente en familia) recibió de su padre el ducado de Montoro, uno de los títulos nobiliarios de mayor abolengo de los 46 que posee la Casa de Alba. Y a partir de ahí llegaron los amores.
El primero de ellos con el torero Pepe Luis Vázquez, un amor imposible ante la negativa de su padre. Quizás en recuerdo de ese primer amor difícil de olvidar, Cayetana siempre tuvo una pasión por el mundo del toreo (una de las grandes alegrías de su vida fue que su única hija se casara con el diestro Francisco Rivera, perteneciente a una gran dinastía). Una pasión que compartió con la pintura y el mundo flamenco.
Tras algunos escarceos con príncipes y aristócratas, llegó el gran amor con el ingeniero Luis Martínez de Irujo, hijo del duque de Sotomayor. El 12 de octubre de 1947, un año después de conocerse, celebraron una boda ‘casi real’ con 3.000 invitados en el palacio de Las Dueñas. El matrimonio se instaló en Madrid, pero no en el Palacio de Liria, que había sido destruido durante la guerra: "Éramos tan felices que todo nos parecía bien, incluso vivir en un piso pequeño como era el de Princesa 22. Tenía solo tres habitaciones más una de servicio, otra que ocuparon mis dos primeros hijos, el salón, un despacho y nuestro dormitorio", contó la duquesa.
Fueron naciendo los hijos, cinco varones hasta que llegó la deseada niña, en 1968. Pero la felicidad duró poco. En 1972 su marido fallecía en Houston a causa de una leucemia.
Segundo matrimonio
El 16 de marzo de 1978, solo seis meses después de comenzar su relación con Jesús Aguirre, volvió a dar el ‘sí, quiero’. Un amor apasionado que levantó cierta polvareda porque él era un exjesuita progresista, ocho años más joven y ajeno a su mundo. Pero Cayetana pasó, una vez más, por encima de las convenciones sociales y solo siguió los dictados de su corazón. "Jesús es un hombre tan imprevisible, tan divertido... Es de esas personas que no se encuentran por el mundo. Soy absolutamente feliz", aseguró.
No pensaban igual sus hijos, especialmente Cayetano y Eugenia, que nunca tuvieron buena relación con él: "Ha sido cero humano, muy malo. Esa unión con mi madre fue nefasta para nosotros", afirmó la duquesa de Montoro años después. Sin embargo, solo los separó la muerte de Aguirre en 2001. También muy controvertido fue su amor de senectud con Alfonso Díez pasados los 80, y su boda cuando ya había cumplido los 85. La resistencia inicial de sus hijos (Cayetana repartió sus bienes entre su descendientes antes de la boda) dio paso a un cariño que sigue hoy. Con este último amor la duquesa de Alba demostró su libertad hasta el fin de sus días.