Una reina que se agacha a recoger algo del suelo. Una Doña Letizia en estado puro. Este percance que tanto ha dado de qué hablar ha sucedido esta semana, mientras la soberana saludaba a la diplomacia mundial en el Palacio Real de Madrid. Tampoco es que tengamos que exclamar “¡Oh! ¡Increíble!”.
A estas alturas pocas cosas sorprenden de verdad. Pero sí nos revela lo que ya veníamos sospechando: la Reina Letizia es la más ‘humana’ de la Casa Borbón. La que ha roto moldes y ha insuflado un soplo de normalidad a los campechanos, pero en el fondo alejados Borbones. Ella es la que se ha expuesto a más fallos y que ha mostrado abiertamente sus debilidades pese a su alto nivel de exigencia. Con ella no llegó el escándalo, sino otra manera de hacer las cosas.
Para llegar hasta este punto, Letizia ha tenido que tragar y digerir, masticándolo todo bien despacito. Adaptarse a un entorno desconocido y tan duro como la realeza viniendo de ejercer su profesión como periodista, libre para entrar y salir; perder el anonimato y someterse a un estricto escrutinio de sus gestos y acciones no debe haber sido fácil. Por mucho que fuera una elección propia. Letizia no entró en este círculo engañada ni perdida, si bien todo tiene un aprendizaje y necesita de su práctica.
La osadía de la Reina Letizia al decirle a Don Felipe: "Déjame terminar"
Las lecciones aprendidas de Letizia durante sus ya 20 años perteneciendo a la familia Borbón han sido muchas. De todo ha habido. La conocimos en su modo más espontáneo, el 6 de noviembre de 2003, cuando se presentó ante los medios el día de su pedida de mano en el palacio de El Pardo, luciendo un traje de pantalón blanco inmaculado de Armani (rompiendo imágenes preconcebidas para las princesas). Allí interrumpió a su prometido, Don Felipe, con aquel mítico “déjame terminar”. Solo una semana antes había presentado el telediario de las nueve de RTVE. Da mucho vértigo, ¿no?
Letizia: periodista, princesa y reina
Era una Letizia sin transición para asumir un cambio gigantesco, pero con la osadía de pensar que con la arrolladora fuerza de su personalidad iba a poder con todo. No fue así durante un tiempo. Aquello se le criticó tanto que lo ha venido arrastrando desde entonces. ¡Cómo osaba! Se la ha tachado de fría, mandona, manipuladora… ¿Es así? Con el paso de los años y, sobre todo, tras lograr la autonomía después de su proclamación como Reyes, esa ‘sargenta’ se ha ganado sus propios galones.
Exigente, cumplidora, comprometida… Cercana, dicharachera, suelta. Son todos adjetivos con los que ahora se adorna su imagen, trabajada por dentro y por fuera con un perfeccionismo que nadie cuestiona.
Esos mismos ‘defectos’ que ha cargado a sus espaldas durante años se han convertido en su gran valor. Las críticas continúan acechándola, no se puede gustar a todos, pero ya es otra cosa. La Reina Letizia, una vez coronada, camina con total seguridad. Ya nadie le tose. Porque sabe que su trabajo para la institución lo vale.
La Reina tiene tirón, genera interés y eso se debe a un carisma innegable. Sí, se ha granjeado muchos enemigos (legendario el encono del periodista Jaime Peñafiel), pero también encendidos defensores que le han salido hasta de debajo de las piedras, sobre todo a raíz de las últimas y desagradables polémicas, incluso desde las filas republicanas. Ella es diferente.
Letizia: una soberana que conoce el pulso de la calle
A Letizia se le cae su pulsera de diamantes y zafiros y la recupera ella misma, aunque para ello se tenga que poner a los pies del Rey Felipe. No espera a que el jefe de Protocolo lo haga por ella. No es un gesto que la humille ni que la minimice. Al contrario.
Es lo mismo que cuando se puso a rapear unas estrofas en un acto oficial para concienciar sobre la salud mental; cuando ante los líderes de la Unión Europea en una recepción en Granada se quedó sin copa para brindar y su simpático gesto dio la vuelta al mundo; cuando accede a ‘selfies’ y saluda a los móviles que la graban; cuando estrecha las manos de las personas que esperan fuera de los actos y les pregunta “¿qué tal?”; e incluso cuando se deja ver de rebajas por las calles o en el cine con su marido, como cualquiera de nosotras.
Ella hace tiempo que se quitó el corsé mental, entendiendo que la calle manda y que es al público al que debe ganarse con ejemplaridad y empatía. Su campo de batalla no es la aristocracia que la cuestionaba por ser la nieta de un taxista.
Cambiar a su favor los comentarios rancios del pasado es uno de sus grandes logros. Hasta ahora ninguna Reina de España, ni siquiera Doña Sofía, había llegado a tanto. Es una consorte que acompaña y que también tiene bien definido su espacio. Su propia voz. Su suegra fue su “ejemplo impagable” a su llegada a la Familia Real, pero hace siglos que Letizia vuela sola y al impulso de sus propias alas. Letizia es humana, normal y cercana, casi como el resto de nosotros. Casi.