Estamos viviendo algunas de las horas más bajas de nuestra historia reciente como país. El negacionismo climático ha sumido a la Comunidad Valenciana en el caos y la destrucción. Pueblos arrasados, casas reducidas a barro y cascotes, cientos de fallecidos y una cifra de desaparecidos que hiela la sangre, esta es la realidad en esta parte de España a día de hoy. Las consecuencias de esta catástrofe aun están por descubrir en su totalidad, algunas de ellas las hemos ido descubriendo poco a poco.

Con las impactantes imágenes de la melé humana en la que se convirtió la visita de Felipe VI y la Reina Letizia a una de las zonas afectadas el pasado fin de semana, echamos la vista atrás a otro episodio en el que una monarca no midió correctamente la magnitud de una tragedia que requería imperiosamente de su atención. Esa monarca fue Isabel II de Reino Unido y aquella equivocación suya la persiguió hasta el final de sus días, aunque consiguió resarcirse.

Octubre del 66, el gran arrepentimiento de Isabel II

Aquel 21 de octubre de 1966 era viernes. Los niños del pueblo galés de Aberfan estaban como cada día en su pequeña escuela repasando la lección. Este pequeño pueblo de la cuenca minera de Gales se encontraba bajo la montaña que albergaba la mina local. Como muchas mañanas de otoño en Gales, llovía sin cesar. El agua comenzó a filtrarse por las montoneras de restos de la extracción del carbón que se acumulaban a la entrada de la mina. En un momento dado, una de las montoneras colapsó anegando por un lado la mina y sepultando a los trabajadores que en ella se encontraban y provocando, por otro, un alud de tierra y fango que impacto de lleno contra la escuela local.

Isabel II junto a su marido, Felipe de Edimburgo, en Aberfan en 2012

Isabel II junto a su marido, Felipe de Edimburgo, en Aberfan en 2012 

Gtres

Desde un primer momento la gente se dio cuenta de la magnitud de lo que acababa de suceder. El primer ministro, el laborista Harold Wilson, desde un primer momento instó a la reina a que hiciera acto de presencia en la localidad galesa para acompañar a su pueblo ante tamaña tragedia. La Reina, dentro de sus planteamientos más férreos, le recordó al primer ministro que la corona no contribuía a “montar circos” y que si visitaba la zona mientras las tareas de rescate estaban en marcha a lo único que iba a contribuir era a entorpecer las mismas. Finalmente, esta petición del primer ministro se saldó con la visita de el Príncipe Felipe de Edimburgo en lugar de la soberana.

Una calle sin salida

Después de esta primera visita oficial de autoridades la situación en el pueblo se fue complicando y caldeando. Una segunda escombrera comenzó a desmoronarse provocando que el pueblo fuera evacuado, las tareas de rescate se fueron endureciendo y cada vez la esperanza de encontrar a supervivientes con vida se disipaba en un ambiente de enfado y abandono. El saldo final de victimas fue insoportable: 116 niños y niñas y 28 adultos. Una generación entera del futuro de Aberfan sepultadas por un error humano del que los mineros habían pedido medidas a la confederación del carbón. Al funeral asistió de nuevo Felipe de Edimburgo y también su entonces cuñado, el reportero gráfico Antony Armstrong-Jones que estaba allí por motivos profesionales.

A la Reina cada vez se le hacía más insostenible su postura de mantenerse al margen de esta tragedia, hasta ese momento lo único que había hecho era mandar un telegrama de condolencias el primer día. Finalmente, el 29 de octubre, ocho días después del terrible suceso, la monarca se desplazó hasta la población galesa. Según ella misma contó después, aquel fue uno de los días más complicados de su vida. La comitiva real no sabía qué ambiente se iba a encontrar en Aberfan a su llegada, la visita estaba programada con un paseo por el pueblo y visitas a casas de familias que habían perdido a algunos de sus miembros.

El detalle que la hizo quebrarse

En un momento dado, la Reina recibió de manos de una representación de niños del pueblo un puñado de dibujos y un ramo de flores. De entre aquellas flores, una sencilla banda asomaba pudiendo dejar al descubierto la frase “de los niños que quedan en Aberfan”. Aquel sentido detalle golpeó a la monarca haciéndola por fin comprender la magnitud del drama que esa humilde población estaba afrontando en aquel momento y sus ojos se pusieron vidriosos y, según dicen, alguna tímida lágrima se deslizó por sus mejillas. Hacia el final de su vida, en conversaciones con algunos de sus biógrafos, Isabel II admitía que toda su vida se había arrepentido de no haber entendido en un primer momento que su deber estaba al lado de aquellos destrozados galeses que buscaban consuelo en una figura que en algún modo era percibida como “la madre de la nación”. Algo similar le pasó cuando falleció Lady Di y tardó en aceptar que la princesa tuviera funerales de Estado. Pero esa es otra historia.