¿Se puede definir la edad a la que somos más o menos felices? Esta fue una de las preguntas que muchos investigadores se plantearon conforme han ido saliendo a la luz los datos aportados por el Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard, el cual arrancó en la década de 1930 y a día de hoy sigue en curso. A partir de los resultados sabemos que las conexiones sociales de calidad son vitales para alcanzar un mayor bienestar llegados a los 80 años, o que la soledad no deseada puede repercutir en la salud física o emocional.
Fue así como en 2008, David G. Blanchflower y Andrew J. Oswald publicaron un estudio en la revista Social Science & Medicine en el que se analizaron datos de medio millón de personas en 132 países, concluyendo que la felicidad tiene forma de U, y que el punto más bajo de esa trayectoria emocional, ocurre a los 47,2 años. Casi como si el universo hubiera calculado con precisión matemática, cuándo la combinación de responsabilidades, desilusiones y cambios vitales nos golpea con más fuerza.
Blanchflower, economista y autor principal de la investigación, lo explica así: "A los 47, la gente se vuelve más realista. Es algo arraigado en nuestros genes". Es la edad en que las facturas de la vida —divorcios, despidos, hijos adolescentes rebeldes, el cuidado de padres ancianos— se acumulan en la mesa. Y aunque suene crudo, este valle emocional no es el final, sino el preludio de un ascenso.
Lo cierto es que la famosa curva en forma de U no es un invento de la autoayuda, sino un fenómeno respaldado por décadas de estudios. Los niveles de felicidad suelen ser altos a los 20, caen en picado hacia los 40-50 y resurgen después de los 50. ¿La razón? Blanchflower lo atribuye a un ajuste de expectativas: "A partir de los 50, te vuelves más agradecido por lo que tienes".
Esta cifra no es un capricho estadístico, sino un cruce entre biología, cultura y un fenómeno psicológico conocido como ‘la crisis de la reevaluación’. Investigaciones como las de Carol Ryff, psicóloga de la Universidad de Wisconsin, explican que en la mediana edad el cerebro entra en un modo de balance existencial. Es cuando confrontamos, casi sin querer, la distancia entre los sueños de juventud y la realidad actual.
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Este proceso, aunque incómodo, tiene un propósito evolutivo: nos obliga a priorizar lo esencial. Ryff lo vincula con la teoría del bienestar psicológico, que sugiere que es un ajuste necesario para dejar atrás metas obsoletas y abrazar nuevas formas de significado. No es casualidad que, justo en esta etapa, estudios como el de Blanchflower detecten un giro hacia el realismo: "Es como si la mente nos preparara para soltar lastre y avanzar más ligeros", apunta el economista.
Jonathan Rauch, investigador del Brookings Institution y autor de La curva de la Felicidad, coincide. En su libro destaca que el cerebro, con los años, cambia su enfoque: de la ambición desmedida, a las conexiones humanas. "La mediana edad no es una crisis, sino una transición natural… y temporal", asegura.
La mitad de la vida, ese momento determinante para la felicidad
Lejos de lo que pudiera parecer, los 47 no son un número maldito, sino un cruce de caminos que bien merece la pena analizar con detalle a través de tres puntos:
- Presión económica: Es la edad pico de cargas (hipotecas, educación de hijos).
- Duelos invisibles: Despedir a padres, enfrentar la independencia de los hijos o asumir que ciertos sueños no se cumplirán.
- Salud: El cuerpo empieza a enviar facturas por décadas de malos hábitos.
"Estar en la mitad de la vida es estar en el momento de mayor vulnerabilidad", resume Blanchflower. Pero aquí hay un dato a tener en cuenta, y es que si la esperanza de vida en España es de 83 años, quedan 36 años por delante para aprovechar al máximo y vivir según nuestras propias reglas.
Después de la tormenta llega el renacer de los 50
Si los 47 son el valle y alcanzamos así la época menos feliz de nuestra vida, los 50 marcan el inicio de la subida. ¿Qué cambia? Las investigaciones son claras al respecto:
- Menos arrepentimientos: El cerebro prioriza lo positivo y suelta lastres emocionales.
- Inteligencia emocional: Aprendemos a filtrar amistades tóxicas y obligaciones vacías.
- Gratitud: Aprendemos a valorar lo que tenemos, dejando de lado las quejas por lo que no hemos conseguido, y esto repercute positivamente en nuestra manera de ver el mundo.
De hecho, el estudio de Harvard incluso sugiere que el pico de felicidad se alcanza alrededor de los 60, puesto que a esa edad, muchos han soltado la obsesión por el éxito y abrazan la autenticidad.
La curva de la felicidad no es una condena, sino un mapa
Lo verdaderamente importante para que ese valle no nos pille con la guardia baja, es prepararnos, hacer un trabajo de introspección y conocernos mejor. Para ello, la clave está en seguir estos 3 consejos:
- Revisa tus expectativas: ¿Qué metas son realmente tuyas y cuáles impuestas?
- Invierte en relaciones: Una llamada a un viejo amigo puede ser más terapéutica que cualquier app de meditación.
- Celebra el realismo: Los 47 nos enseñan que la vida no es perfecta, pero sí llena de segundas oportunidades.
Como ves, los 47,2 años no son el fin, sino un punto de inflexión. Como bien resume Rauch: "La mediana edad duele, pero también libera". Después de todo, si la vida fuera una línea recta ascendente, no aprenderíamos de nuestros errores, ni creceríamos como personas.