Nuestra vida está regida por la percepción particular que tenemos de ella, cuyo núcleo son las llamadas creencias. En la vida diaria, tanto si deseamos realizar cambios concretos, como si no estamos contentos con nuestra situación general actual, o incluso estando contentos con ella, estamos condicionados continuamente por nuestras creencias personales. Las creencias se encuentran arraigadas desde capas profundas de nuestra mente; la parte que hemos nombrado en otras ocasiones como inconsciente. En el día de hoy veremos cuál es su origen, sus efectos, y tomaremos conciencia acerca de la posibilidad de abandonarlas, cuando ya no sirven al fin del crecimiento y la felicidad.
Las creencias no son ni buenas ni malas en sí. Pueden suponer un beneficio o un obstáculo en nuestra vida. Por una parte tienen el beneficio de seguir un código ético que nos ayuda a ser coherentes y a motivarnos en la vida. Sin embargo, tienen el inconveniente de mantenernos anquilosados en el desarrollo personal y no dejarnos avanzar, además de convertirnos en inflexibles, intolerantes e inmóviles.
Por definición, las creencias son las percepciones que tenemos de la realidad, considerándolas como la realidad misma. Aquello en lo que creemos lo consideramos verdadero, y todo lo que se salga de esa idea y visión de las cosas, lo consideramos falso o, por lo menos, improbable, y enseguida las sometemos a juicio. Las creencias las damos como ciertas, sin que sintamos la necesidad de una comprobación irrefutable que las justifique. Son un paradigma basado en una fe en algo. Las creencias establecen nuestra visión de las cosas y, por tanto, nuestra manera de actuar y de enfocar nuestras fuerzas en aquello que va en consonancia con las creencias.
¿Cómo se originan las creencias?
Las creencias se originan desde el momento de venir al mundo, y sobre todo en las primeras etapas del desarrollo. Se conforman desde el sistema educativo y cultura de donde vivimos. Lógicamente, si hubiésemos nacido en otra cultura diferente, como la oriental o africana, es más que probable que nuestra forma de ver la vida y nuestras convicciones fueran diferentes. Sin irse tan lejos, nacer en un país diferente de Europa, ya puede ser un determinante para tener ciertas creencias u otras.
También la familia es un factor muy importante en el desarrollo de unas creencias u otras. Nos educan en función, a su vez, de las creencias de nuestros padres o educadores. Si ellos ven la vida de una determinada manera, es inevitable que nos eduquen en función de sus propias creencias y valores; y como se puede suponer, sienten que esas creencias están del lado de la verdad. También, la visión que ellos tengan sobre nosotros cuando somos niños, es determinante.
Si creen que no puedes llegar muy lejos en los estudios, te inculcarán una opción alternativa, sin saber realmente tus capacidades para el estudio o tus inclinaciones intelectuales o manuales. La frase de: “no toques la guitarra porque no sabes y es muy difícil”, es un ejemplo de ello. Cuando a lo mejor, esa criatura tiene aptitudes suficientes para aprender a tocar el piano si le gusta. En ese momento se ha empezando a establecer en el niño una creencia que le dice que no es capaz de tocar la guitarra.
La mente de un niño es muy maleable, apenas hay límite entre la mente consciente y la mente subconsciente, creándose la diferencia a partir de los 12 años, aproximadamente, donde comienza el pensamiento analítico.
Otro origen de las creencias está en las vivencias y experiencias que uno haya tenido hasta ahora. De hecho, las creencias más arraigadas, por lo que he podido observar en mi experiencia como terapeuta, están basadas en experiencias traumáticas que han supuesto cambios más drásticos en los patrones de pensamiento.
En cualquiera de los casos, la mayoría de las creencias se arraigan en el inconsciente, ya que en la infancia la mente es más absorbente y se asientan más en capas más profundas de la mente; así como las experiencias repetitivas y traumas imborrables.
Las creencias se basan en asociación de ideas y en la generalización de una idea asociada a una experiencia. Por ejemplo, la creencia acerca de que solo se consigue ganar dinero si trabajas duro, está basada en muchas ocasiones, a haber vivido en una familia donde los padres trabajaban mucho y con mucho esfuerzo para traer el dinero a casa, y aún así no conseguían vivir de forma holgada.
Otra creencia muy típica es la de: “todos los hombres son iguales” o “todas las mujeres son iguales. También basadas en experiencias concretas personales con parejas o personas del entorno. La asociación de la idea está en que, habiendo sufrido varias relaciones traumáticas o dolorosas, sacamos la conclusión de que todas las personas se comportarán como las parejas que hemos vivido.
En general, todas las creencias se basan en situaciones repetitivas que van asentando una idea concreta que tiene que ver con esas situaciones que vuelven a vivirse. Cuando lo consideramos como cierto, es cuando se convierte en creencia. Y aquello con lo que nos identificamos, comienza a convertirse en real para nosotros, rechazando o desconsiderando otras posibilidades. Lo incluimos dentro de nuestra identidad, como algo nuestro.
Pero las creencias se pueden cambiar. En primer lugar, algunas de ellas de forma natural, según vamos evolucionando o madurando; como cuando de niños creemos en los Reyes Magos, por ejemplo. Otras veces mediante nuevas experiencias de la vida, que nos convencen de lo contrario a lo que estábamos convencidos en un principio. Al entrar una nueva creencia, los caminos neuronales cambian a otros que se empiezan a usar, dejando ya obsoletos los antiguos, y aquí es donde empieza una nueva percepción de la realidad.
¿Pueden ir cambiando las percepciones de la realidad, ¿será que la realidad no será nunca exactamente como la percibimos en cada etapa o momento?
El alma humana siente la necesidad de mejorar y estar cada vez más en coherencia entre pensamientos, sentimientos y acciones en la vida, porque en el fondo necesita salir de su zona de confort y traspasar sus limitaciones mentales que se ha autoimpuesto.
Evidentemente, cuanto más arraigada está una creencia, mayor es el tiempo necesario o la dificultad para sustituirla por otra. Pero para eso, como decimos, tenemos que salir de nuestra zona de confort. Esto no quiere decir que traicionemos nuestra escala de valores; estas tienen que ver más con la esencia del alma y con el propósito de vida que nos hemos marcado.
Cuantas veces se han dado, a lo largo de la historia, cambios de creencias tan arraigadas que se creían verdades abosolutas. Un ejemplo muy claro es la creencia antigua de que el sol era el que giraba alrededor de la Tierra, cuando la ciencia ha demostrado justo lo contrario.
El trabajo con las creencias
El trabajo terapéutico con las creencias se basan en detectarlas, en primer lugar. Si son debidas a una experiencia traumática o emocional, o fruto de la educación recibida, o un decreto que reibimos en la infnacia.
En segundo lugar se aprende a cuestionarlas para ver cuales siguen enriqueciendo y cuales nos suponen una limitación o nos alejan de nuestra esencia más profunda. Las preguntas clave sobre la creencia serían: ¿te ayuda en algo? ¿te perjudica? ¿de qué te protege? Etc.
Por último se sustituyen las creencias obsoletas por otras que nos supongan un crecimiento y nos dan más paz mental y más libertad de actuar, estando más acorde con nuestro propósito de vida. Es un proceso de desidentificación con las creencias perjudiciales para nuestra felicidad.
El objetivo es tratar la creencia antigua para averiguar cual es el conflicto interno y emociones negativas que se esconde tras las creencias.
Las creencias son fruto de nuestro pasado, y aunque el pasado no se puede cambiar, sí se puede cambiar la percepción que tenemos de él, que es el cambio de una creencia tóxica por otra que nos da más comprensión de los sucedido y el porqué de los sucedido.
Si somos capaces de cambiar nuestras creencias, quizás sería bueno preguntarse si la creencia en tal o cual limitación, es en realidad, algo falso. Las creencias se cambian con éxito si lo hacemos desde esa parte de nosotros auténtica de nuestra alma, a la que no le afectan las creencias limitantes y falsas.
El cambio de creencias es capaz de hacer que lo que parecía imposible se convierta en posible. Hay limitaciones reales, las cuales tenemos que ser conscientes de ellas, pero otras son creencias falsas que nos impiden ver nuestro verdadero potencial de cambio.
Somos pues, mucho más de lo que nos hemos creído que somos, o lo que nos han hecho creer.
Pablo Ruiz Bellveser. Terapeuta Transpersonal. Maestro de Cábala y Consultor del Árbol de la Vida personal. Sanador Espiritual por Arquetipos.
Escrito por: Pablo Ruiz Bellverser. Terapeuta Transpersonal Terapeuta Transpersonal y Emocional. Maestro de Cábala y Consultor del Árbol de la Vida personal. (clic aquí)
Info: dufresne12 @hotmail.com