Charlene de Mónaco sabe cómo captar la atención, incluso en los momentos más solemnes. Esta mañana, en el funeral del Papa Francisco celebrado en la basílica de San Pedro, la princesa ha vuelto a ser objeto de todas las miradas, no por romper el protocolo (algo que, a decir verdad, se cuida muy mucho de hacer), sino por un detalle de estilo que, aunque aparentemente inocente, ha desentonado en un evento que exige máxima sobriedad. Como una partitura ejecutada con precisión pero que, en un momento dado, deja escapar una nota disonante, el estilismo de Charlene ha sido irreprochable… hasta que uno bajaba la vista y reparaba en sus manos.
Porque, en términos estrictamente formales, su elección de vestuario fue impecable. Con una silueta severa, casi monacal, Charlene lució un vestido negro de corte midi —la longitud justa que exige el protocolo vaticano para actos de luto—, medias negras translúcidas, zapatos cerrados de tacón bajo y, por supuesto, la tradicional mantilla de encaje negro, que cubría su rostro con la solemnidad que la ocasión requería. Todo en su atuendo susurraba respeto, moderación, conciencia del contexto histórico. Ni un botón de más, ni un escote desubicado. Era, en definitiva, el manual no escrito de cómo debe vestir una royal cuando acude a despedir a un pontífice.
(Gtres)
El bolso de lujo con guiño italiano y la logomanía más explícita
Pero, como suele ocurrir en la moda —y en la vida—, el diablo está en los detalles. Y el detalle en cuestión fue el bolso: un modelo de Prada, realizado en piel depilada negra de becerro, de líneas estructuradas, rematado por el logo de la casa italiana en triángulo metálico y con un precio que ronda los 1.550 euros. No era tanto el hecho de llevar un bolso de lujo —una práctica habitual entre la realeza— sino la visibilidad ostentosa de la firma, cuya placa plateada brillaba sin pudor en medio de la sobriedad del conjunto. En un acto en el que lo simbólico pesa más que lo estético, ese pequeño triángulo lucía, paradójicamente, más grande que todo el resto del estilismo.
El bolso de Prada de Charlene de Mónaco
(Gtres)
El funeral de Didier Guillaume al que también llevó su bolso de Prada
El gesto tiene dos lecturas posibles, como las caras de una misma moneda: ¿fue un guiño consciente a la industria de la moda italiana, un homenaje discreto al país anfitrión en un momento tan señalado? ¿O simplemente una elección frívola, en la que la ostentación del logo acabó imponiéndose a la necesidad de pasar desapercibida? En cualquiera de los dos casos, la elección resulta reveladora. Más aún si tenemos en cuenta que no es la primera vez que la princesa recurre a este mismo bolso en un funeral: hace apenas unos meses, Charlene lo llevó en la ceremonia fúnebre de Didier Guillaume, en la Catedral de Mónaco. Aquella vez, el contexto era distinto, más privado, menos sujeto a las férreas normas no escritas del protocolo papal. Pero hoy, en el epicentro espiritual del catolicismo, las formas importaban, y mucho.
Bolso Prada piel cepillada 1550 euros
(Prada)
Bolso de Prada piel cepillada 1.550 euros
Cabe recordar que la etiqueta vaticana, sobre todo en funerales de esta magnitud, es extraordinariamente precisa y, aunque no establece normas explícitas sobre los complementos, se espera de las asistentes que eviten cualquier atisbo de ostentación material. Las joyas deben ser discretas (y mejor aún, simbólicas, como las perlas que tradicionalmente representan lágrimas), los bolsos pequeños y sin marcas evidentes, los zapatos cerrados, los tonos estrictamente negros. En este sentido, el bolso de Charlene rompía la armonía: no por su precio en sí —al fin y al cabo, en esos círculos, la exclusividad tiene un precio— sino por la visibilidad innecesaria de su origen de lujo.
Hay algo fascinante en cómo un objeto tan pequeño puede alterar toda la percepción de un estilismo. La imagen de una royal en un acto de Estado —y más aún en un acto religioso— no es simplemente una cuestión de gusto personal, sino de comunicación institucional. Cada accesorio, cada textura, cada elección aparentemente banal envía un mensaje. Y en este caso, la elección de un bolso reconocible al instante, en lugar de un modelo más neutro, transmitía una cierta disonancia con el hondo calado del acto.