Acababa de llegar del Líbano y aún no había podido asimilar el horror del que había sido testigo. Tenía marcadas a fuego las miradas de los niños, la desesperanza de los adolescentes y la impotencia de los padres. “Estoy muy revuelta. Este tipo de viajes no te deja indiferente”, nos explicaba Lydia Bosch (56) con un fino hilo de voz. La actriz había viajado junto a la ong Save the Children al Líbano para recorrer los campos de refugiados del país y conocer la terrible situación en la que viven. Una realidad que con la llegada del invierno se hace todavía más insostenible. “Tenemos que ayudarles. Nos necesitan urgentemente”, afirma.
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Imagino que aún tienes que situarte y asimilarlo todo…
Estoy muy afectada… porque lo ves de cerca y sientes el pulso de ese dolor, esa respiración, esa voz… Aunque se conozca la realidad a través de los medios de comunicación y te afecte, por nuestra dinámica de vida, pasa luego a un segundo plano. Pero cuando estás ahí, eres testigo de la terrible realidad que sufren estas personas en los campos de refugiados. Ves la desesperanza más absoluta de los padres, que se ven impotentes para proteger a sus hijos, y la de los adolescentes. Los niños, en cambio, con su inocencia, siguen con esa magia en los ojos y sonriendo a pesar de las condiciones en las que viven.
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Algunas imágenes te habrán marcado especialmente...
Hablamos con una familia con cuatro hijos. Las pequeñas, de 8 y 10 años, hablaban de sus sueños, pero el discurso de los de 14 y 18 era bien distinto. A la pregunta de cómo te ves dentro de un tiempo, el mayor dijo que no le quedaba ni el 1 % de esperanza que te permite poder seguir soñando. Que prefería estar muerto que vivo...
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¿Cuál es su realidad?
Como han huido, muchas veces pierden los papeles y se les ponen muchas trabas para conseguir el permiso de trabajo. Por otra parte, hay muchos niños. El Líbano tiene 4 millones de personas con 2 millones de refugiados; de ellos, un millón y medio son sirios, el 53% niños. Muchos son muy pequeños para recordar su vida en Siria y para ellos, su hogar es el campo de refugiados. Algunos te cogían de la mano para enseñarte su ‘hogar’, que son cuatro palos con plásticos por los que se cuela el agua. En el último campo que estuvimos había poquísimas letrinas, y nos contaba una madre que sus hijos tenían miedo a salir por la noche y se hacían el pis encima... Me llamó la atención lo limpias que tenían sus casetas como una forma de mantener la dignidad en ese sitio que sus hijos llaman hogar.
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¿Qué se les puede decir a esos padres?
Yo no sé árabe y mi inglés es escaso… (se emociona y tiene que parar unos segundos). Lo primero que he hecho al regresar ha sido coger un profesor de inglés para, si voy otra vez al terreno, poder comunicarme. Pero esas mujeres no necesitan palabras sino hechos. Luego, aunque no pude comunicarme mucho a través del diálogo, si lo hice con abrazos, caricias, llorando juntos... porque necesitan sentir esa empatía. Los padres están constantemente abrazando a sus hijos y siendo fuertes, pero cuando se apartan de ellos, se derrumban. Se te rompía el corazón cuando les preguntábamos a los niños qué querían ser de mayores y nos decían que profesores para enseñar a otros niños o dentistas para que sus padres no tengan los dientes tan mal….
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Qué duro...
Quizá estamos un poco inmunizados ante el dolor ajeno, pero esto no es una película en la que dicen corten. Los protagonistas son reales y continúan así días, semanas, meses y cada vez van a peor. También he comprobado el agradecimiento que sienten hacia Save the Children. Esta ong les proporciona un entorno de seguridad, creando escuelas en los campos, instalaciones médicas, programas de nutrición y asistencia de emergencia. Ahora en invierno, se les da kits para el frío y se les ayuda a acondicionar las casetas con placas de madera y plásticos duros. También hacen reagrupación familiar porque hay muchos niños que cuando huyen, se pierden y eso es terrible, porque en muchas ocasiones son víctima de abusos. Save también tiene como objetivo mejorar las legislaciones para la protección de la infancia.
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Ya no hay paso atrás...
No, esto es una realidad que te abofetea en la cara. Yo ahora me tengo que recolocar porque, noto que me exalto si, por ejemplo, cuando vamos a cenar, mis hijos dicen que van a llamar a no se donde para pedir comida. Y lo que hay que hacer es hablarles y abrirles los ojos ante estas situaciones. Debo filtrar la vivencia para poder transmitírsela a ellos y ser capaz de llegar a muchas personas.
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¿Cómo podemos ayudar?
Tomando conciencia de que nosotros podríamos estar así. En Save the Children, el 80% de la donación de los socios va directamente al campo y el 20% a cosas administrativas. Y de los SMS que se envían con la palabra ‘AYUDA’ al 28098, el dinero va íntegro al terreno. Además, te puedes hacer socio con una cuota mensual de 9, 14, 20 euros o más. A quienes estén leyendo esta entrevista, les ruego que colaboren en cuanto acaben de leer estas líneas, porque si no, la intención se difumina y, a estos niños, el tiempo les escasea. Lo de que tu ayuda puede salvar una vida es real. Podemos hacer mucho por ellos, os lo prometo.