Conocido por su presencia mediática y sus opiniones contundentes, el Padre Apeles nos abre las puertas de su vida en Roma. Desde sus inicios en la televisión española hasta su retiro espiritual, reflexiona sobre los elementos que más le han marcado: la fe católica, la fama y algunas decisiones vitales que hoy día lamenta. Disfruta de una vida tranquila en Roma, donde conoce a "personas interesantes que o viven en Roma o pasan por allí", y guarda la esperanza de disfrutar, algún día, del gazpacho de Belén Esteban. Aunque su paso por la televisión le transformó, también le impidió seguir una carrera eclesiástica tradicional. Consciente de que le queda poco tiempo de vida, desea compartir su experiencia y legado en esta entrevista, brindando una perspectiva única sobre su viaje personal y espiritual.
¿Sigue siendo sacerdote hoy en día? Si la respuesta es afirmativa, ¿alguna vez ha pensado en abandonar los hábitos? ¿Por qué motivo?
El sacerdocio es algo que imprime carácter, es decir, que una vez se es, se es para siempre. Como el que se bautiza, es para siempre. Además, aunque vivamos en una sociedad líquida y en un tiempo de compromisos débiles en que todo se toma como provisional, yo me comprometí para siempre y así tiene que ser.
"Me trasladé definitivamente a Roma a pasar mis últimos días", explica el Padre Apeles
¿Qué le ha llevado a mudarse a Roma y cómo ha influido esta ciudad en su vida?
Cuando de jovencito estudié en Roma me enamoré de la ciudad y siempre quise vivir ahí. Una vez fallecido mi padre y mi tío… ya no tenía familia cercana ni nadie que me retuviese en España y creí que había llegado el momento de realizar mi sueño. En Barcelona no hacía nada. Aparte del Liceo y el Palau de la Música, de vez en cuando, no tenía vida social. Ya había hecho en la universidad los estudios que quise y la verdad es que no se me ofrecía mucho. Además, estaba harto de tanto separatista y perroflauta y me fui a una ciudad en la que aún hay una importante vida cultural y social. Me trasladé definitivamente a Roma a pasar mis últimos días. Es una ciudad de ensueño. Cada día tengo oportunidad de conocer a personas interesantes que o viven en Roma o pasan por aquí.
¿Qué aspectos de la vida en Roma le han sorprendido más y cómo compararía su vida en Italia con la que llevaba en España?
Roma tiene sus inconvenientes. Hay una gran dejadez en temas como la limpieza, hay baches en las calles, coches estacionados indiscriminadamente y zonas descuidadas con maleza que nadie arranca. Las tiendas suelen ser pequeñas y con una oferta limitada. Sin embargo, es más segura que Barcelona, al menos en el centro histórico, lugar del que raramente me alejo, excepto para ir al aeropuerto. Pero la belleza de sus monumentos y su rica vida cultural y social no tienen igual. A pesar de estar en Roma, viajo a España con frecuencia, especialmente cuando hay algún evento de interés. Suelo visitar Madrid y Sevilla con regularidad.
"Considero que realicé una labor valiosa, a pesar de mis fallos. Cometí errores, y por ellos he pagado el resto de mi vida"
¿Cómo es un día típico en su vida en Roma?
Días muy tranquilos. En casa leo, escucho música, rezo, escribo… y cada día tengo varios planes para salir, cenas, ceremonias, conferencias, conciertos, recepciones…
¿Ha descubierto algún plato o ingrediente italiano que le haya fascinado tanto como el gazpacho de Belén Esteban?
Aunque no he tenido el placer de degustar el gazpacho de mi querida Belén, es una comida que me encanta. En Italia hay millones de recetas. De hecho, lo que más destaca es la pasión que tienen por la gastronomía. Creo que es el único país donde, durante los almuerzos, los principales temas de conversación giran en torno a recetas culinarias. Sin embargo, debo ser moderado en este sentido para mantener una buena línea y cuidar mi salud.
¿Qué actividades u hobbies tiene ahora en Roma que quizás no practicaba en España?
Ninguna afición nueva. Al contrario, aquí tengo muy pocas posibilidades de montar a caballo, pero lo substituyo con mucha vida social, que me entretiene mucho mientras espero mi próximo final.
Su presencia en la televisión fue notable durante años, participando en programas como 'Moros y cristianos', 'Crónicas Marcianas', entre otros. ¿Qué le motivó inicialmente a participar en ellos?
Yo estaba en “La ventana” con el gran Javier Sardá, cuando un día me dijo “Me han ofrecido un programa en Telecinco. ¿Tú te vendrías conmigo?”. Con una enorme inconsciencia propia de un veinteañero le dije que sí. Y eso me cambió la vida para siempre. Empezaron mis problemas, pero también una enorme cantidad de satisfacciones. Me cerré definitivamente la posibilidad de una carrera eclesiástica para la que estaba preparado, pero me abrí a mil otras posibilidades, a influir, a dar conferencias, a publicar libros, a viajar, a conocer a los más diversos tipos de personas… Mi función era doble. Por una parte, en cuanto periodista y showman era la de informar y divertir al público. Como sacerdote simplemente me limité a defender la doctrina de la Iglesia, a asegurar a los ancianos que lo que habían creído siempre era algo perfectamente actual y a los jóvenes a enseñarles que había otra manera de pensar que no era lo políticamente correcto. Considero que realicé una labor valiosa, a pesar de mis fallos. Cometí errores, y por ellos he pagado el resto de mi vida.
Hubo un momento en su vida en el que decidió poner punto final a su presencia en televisión. ¿Qué factores influyeron en esa decisión y cómo ha impactado en su vida personal y espiritual esta retirada?
Sí. Siempre jugué en un terreno de frontera. Yo era un periodista y un showman, pero también un sacerdote y era difícil mantener un equilibrio. Hubo un momento en que la televisión me pedía lo que no podía darle, así que opté por retirarme. Al principio no fue nada fácil. Lo pasé muy mal. Me refugié en el estudio y eso me salvó. Recuperé durante un breve tiempo mi vida eclesiástica, trabajando en cuestiones jurídicas y de patrimonio cultural, y cuando ya estuve delicado de salud, me retiré del mundo, aceptando resignadamente y con fe mi situación de estos mis últimos días.
"Gané bastante, pero pagué muchísimos impuestos y el resto me sirvió para vivir muchos años estudiando, viajando y sin trabajar", confiesa el sacerdote
¿Cuánto dinero ha ganado en la tele y cómo lo ha gastado?
Aunque resulte difícil de creer, nunca me preocupó ni lo más mínimo lo que pudiese llegar a ganar. Eso lo dejé siempre en manos de mi representante. Cuando estás embriagado por tu trabajo y por tu fama, no te preocupa nada el dinero. De verdad. Económicamente, era muy exigente, pero no por el interés del dinero, sino por el respeto, por hacerme valorar. Solo participaba gratuitamente en los actos benéficos. Me movía muchísimo más la vanidad que el dinero. En el camerino de Pavarotti aprendí, antes de ser famoso, que pedir un montón de frutas no es porque uno se las vaya a comer. En el de Julio Iglesias que pedir montones de toallas no es porque vaya a usárselas. Solo me preocupé por ser famoso y por hacer muy bien el trabajo que me apasionaba —y que echo muchísimo de menos— y la vida me trató económicamente muy bien por añadidura. Gané bastante, pero pagué muchísimos impuestos y el resto me sirvió para vivir muchos años estudiando, viajando y sin trabajar hasta que se acabó… Ni caí en ningún vicio ni derroché, pero como dijo el gran Salvador Sostres “el dinero no es eterno”.
¿Hay alguna experiencia de su tiempo en televisión que haya marcado su vida de alguna manera especial?
Ninguna en particular, pero todas en general. Mi participación en televisión me abrió mil horizontes y me cerró otros para los que me había preparado. Todo el mundo me conoce y hay un tipo de vida que puedo llevar, pero muchísimas cosas que ya no puedo hacer. Es inútil llorar sobre la leche derramada. Lo mejor es conformarse con lo que hay.
¿Echa de menos ponerse delante de las cámaras?
Muchísimo. Desde que empecé con doce o trece años en los estudios de Radio Miramar me infecté con el virus de la comunicación, que es algo de lo que uno no puede jamás curarse. Pero por encima de las cualidades de uno y de sus apetencias está lo que uno tiene que hacer y aquello que el Destino y la fatalidad le han impuesto. El sentido del deber está por encima de todo. Lo mejor no es lo que uno desea, sino lo que a uno le conviene.
¿Existe alguna posibilidad de que regrese a la televisión en algún momento?
No. Por mucho que lo desee y me lo ofrezcan (y me lo ofrecen), tengo que atender a lo que me conviene y esa etapa ya pasó y no hay peligro de que regrese a los medios ni a los líos.
De todas las experiencias que tuvo en televisión, ¿hay algún momento que haya dejado una marca en usted?
Hubo momentos tan bonitos… Nadie podrá nunca imaginar lo bien que lo pasé en los debates en las televisiones regionales, en “Moros y cristianos”, con María Teresa Campos o Carmen Sevilla, pero tampoco lo mal que lo pasé en “El puente” o en otros programas en los que me sentía muy incómodo… La influencia que llegué a tener, con un público rendido al que yo amaba… Eso no tiene precio ni puede explicarse ni agradecerse suficientemente.
"¿Cuántos famosos vendrían hoy si yo hiciera alguna presentación? Apenas ninguno"
Trabajó con una variedad de personas en el mundo de la televisión. ¿Hay alguna relación o amistad que se haya mantenido a lo largo de los años? ¿Cómo ha evolucionado?
Conocí prácticamente a todos los personajes del show business. Conocer personalmente a Joselito, a Laura Valenzuela, a Carmen Sevilla, … A personajes a los que yo había admirado en mi infancia fue una gran experiencia. Conocí a excelentes artistas, a bellísimas modelos, a escritores, a políticos, a escritores, … Y además muchos de ellos eran mis admiradores. Creí incluso que algunos eran mis amigos, pero se fueron con mi fama. Y sí, me dolió. Si regresara a la fama, muchos volverían volando y pedirían favores. Siempre asistí a todas las presentaciones de libros, de discos, conferencias… ¿Cuántos famosos vendrían hoy si yo hiciera alguna presentación? Apenas ninguno. A algunos sigo tratándolos más o menos o nos felicitamos las fiestas. Amigos de verdad conseguí muy pocos, pero en la vida apenas hay. Pocos amigos, muchos conocidos y muchísimos “saludados”, según la taxonomía de Josep Pla.
"Mi salud es muy delicada y estoy pensando más en el otro mundo que en este", confiesa el Padre Apeles
¿Cómo te encuentras de salud y cómo maneja el bienestar físico y emocional en su día a día?
Mi salud es muy delicada y estoy pensando más en el otro mundo que en este. En cuanto a ánimo estoy genial y no me quejo de nada. Viví intensamente muchas cosas que la mayoría de la gente no vivirá en toda su vida, así que no me lamento y doy gracias a Dios.
¿Tiene planes o proyectos futuros que quiera compartir con nosotros? Ya sea en el ámbito personal, espiritual o incluso, una posible reaparición en los medios.
Ya no me queda vida para ningún proyecto ni a corto ni a medio plazo. Sólo vivo lo poquito que me quede intentando ser feliz y haciendo felices a los pocos que están a mi lado y esperando encontrarme pronto con Dios.