Va a morir con las botas puestas. Reina hasta el final de sus días, y no emérita, un título que no le gusta nada (prefiere Reina a secas). Doña Sofía sopla este 2 de noviembre las velas de su 86 cumpleaños y lo hace con un tranquilo almuerzo familiar en el Palacio de la Zarzuela, pero sin dejar de trabajar, ya que este mismo día viaja a Nueva York para presidir, dos días después, la entrega de los premios del Queen Sofia Spanish Institute, donde se reconocerá al director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, casado con la actriz María Valverde.
Este 2024 que está llegando a su fin no está siendo de los más fáciles de su vida. Las fotografías y los audios de Don Juan Carlos con Bárbara Rey han devuelto a la actualidad una época que la madre del Rey Felipe VI preferiría dejar enterrada para siempre. Era un secreto a voces, pero verlos expuestos públicamente ha sido una humillación.
Doña Sofía: ante los duros momentos, más trabajo
Sin embargo, ella no quiere ver ni saber nada, al contrario, su forma de hacer frente al tsunami es trabajo y más trabajo. Su agenda oficial es cada vez más activa, y como recompensa se siente más querida y respaldada por los españoles que nunca.
Ha sufrido y sacrificado mucho, pero jamás ha dejado traslucir la más mínima queja, nunca ha cometido un error. Siempre en su sitio, consciente de su papel, primero como Reina consorte y hoy como Reina emérita.
Y es que la Reina Sofía ha transitado por momentos muy difíciles a lo largo de su vida. Comenzando por su propia infancia, en la que tuvo que vivir la dura experiencia del exilio.
Los años del exilio
La Reina Sofía es la mayor de los tres hijos de los reyes Pablo y Federica de Grecia. La II Guerra Mundial obligó al exilio a la familia, pasando por Egipto, Sudáfrica y Londres. En 1946, cuando Sofía tenía ocho años, regresaron al país heleno y un año después de la vuelta, su padre se convirtió en rey: "Mi vida en casa era muy normal. Grecia era pobre y sus reyes también. En Tatoi me gustaba irme sola a coger moras", cuenta en la biografía de Pilar Urbano sobre sus felices días tras la vuelta.
La siguiente etapa de su vida ha estado repleta de luces y sombras, con un desgraciado matrimonio, pero, a la vez, con la alegría que le han dado sus hijos (ahora también sus nietos) y su papel institucional.
El único amor de la Reina Sofía
Su historia de amor no ha sido el clásico cuento de felices príncipes y princesas.
Mientras que han sido varias las mujeres que han ocupado el corazón o simplemente han sido una aventura en la vida del Rey emérito, para la Reina Sofía solo ha habido un único y verdadero amor: Don Juan Carlos.
Se conocieron en 1954 cuando la reina Federica organizó un crucero por las islas griegas con un centenar de miembros casaderos de la realeza. A bordo del barco ‘Agamenón’ se cruzó con Juanito ‘el chico de los Barcelona’, como todos le llamaban. Ella tenía 15 años, él uno más, no saltaron chispas, aunque la Reina recordaría en la biografía que le escribió Pilar Urbano: "Me fijé en él. Era simpatiquísimo, muy divertido, bromista... un gamberro".
El compromiso de Don Juan Carlos y Doña Sofía
Siete años después coincidieron en Londres en la boda de los duques de Kent, y entonces sí surgió el amor durante los días que compartieron saliendo juntos por la ciudad: "Me di cuenta de que tenía mucho más calado, de que era más profundo. Admiré la alegría con la que llevaba su compleja situación, con un futuro incierto", confesó en el libro.
El 13 de 1961 llegó el compromiso en Lausana (Suiza), donde Juan Carlos le regaló un anillo de oro, rubíes y unos brillantes de una botonadura de gala de su padre, y el 14 de mayo de 1962 se celebró la boda en la catedral de Atenas, en una ceremonia católica y ortodoxa.
Doña Sofía estaba radiante con un vestido de encaje de Jean Dessés y un largo velo prendido de la tiara prusiana, que cuarenta años después también luciría la Reina Letizia el día de su boda.
Los primeros años en España de la Reina
Llegó entonces a una España en blanco y negro, donde Don Juan Carlos era un príncipe sin trono y mantenía cierta tirantez con su padre, Don Juan, pero su único objetivo era crear un verdadero hogar en el Palacio de la Zarzuela, lejos del imponente Palacio Real. Y lo consiguió.
Con la pasión que siempre había sentido por los niños, cuando llegaron los suyos, y especialmente con el nacimiento del deseado niño, Felipe de Borbón, en 1968 (su auténtica debilidad), vivió la felicidad más absoluta. Se convirtieron en la imagen de una familia moderna y normal. Quizás esos fueron los mejores años de su vida.
Pronto llegaron los problemas en su matrimonio, incluso antes de que el 22 de noviembre de 1975 Don Juan Carlos fuera proclamado Rey de España. Sin embargo, Doña Sofía se mantuvo inquebrantable a su lado, ejerciendo de manera impecable el papel de esposa y Reina.
Su madre y sus hermanos, su paño de lágrimas
En la intimidad, su familia griega fue su paño de lágrimas. Primero su madre, hasta que falleció en 1981, y también sus hermanos, Constantino e Irene. Esta última, mucho más que una hermana, vive con ella en Zarzuela y hoy es la Reina quien vela por su delicada salud, aquejada de deterioro cognitivo.
Si su destino no hubiera estado marcado casi desde la cuna, a la Reina Sofía le hubiera gustado dedicarse a la Puericultura (se diplomó en la escuela de enfermería infantil Mitera en Atenas, fundada por su madre, la Reina Federica, en los años 50, donde trabajó antes de casarse) o a la Arqueología.
También le encanta la fotografía, la pintura, los juegos de mesa, coleccionar estilográficas, el cine (en los últimos años se ha aficionado a las series de las distintas plataformas) y bailar, desde que era jovencita.
La pasión por los animales
Es ecologista, melómana y animalista. Como su colega, la fallecida reina Isabel II, está rodeada de perros en palacio y desde hace décadas no come carne porque le horroriza el maltrato animal. Quizás también ese sea uno de los motivos por los que apenas la hemos visto en una plaza de toros en todo su reinado, una afición muy arraigada en otros miembros de la familia, como el Rey Juan Carlos, la Infanta Elena y en la nueva generación sus nietos Froilán y Victoria Federica.
También en sus años jóvenes fue una consumada deportista (llegó a ser suplente del equipo de vela griego en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960) y durante muchos años la vimos deslizarse por las pistas de la estación leridana de Baqueira Beret, donde la Familia Real disfrutaba de sus vacaciones de Navidad.
Ahora se cuida mucho, pero es menos activa. Sigue siendo coqueta y se mantiene fiel a ese estilo que ha cultivado a lo largo de los años, con su eterno peinado y un magnífico vestidor en el que guarda auténticos tesoros que la Reina Letizia le ‘roba’ en alguna ocasión.
Satisfecha con el futuro de la Institución
A pesar de las tempestades, Doña Sofía ha logrado lo que siempre anheló: el reconocimiento de su legado como Reina ante los españoles. En el plano familiar, con su matrimonio roto de facto, vuelve a sonreír al ver cómo las costuras de los lazos familiares se están recomponiendo poco a poco, especialmente con el acercamiento de la Infanta Cristina y el Rey Felipe, tras los años del famoso ‘cordón sanitario’ por el Caso Nóos.
Ahora la misión está cumplida. Ha visto que su hijo ha conseguido cambiar en sus diez años de reinado la imagen de una monarquía maltrecha, consolidando la institución, y cómo la Princesa Leonor sigue el camino firme como heredera.