El 17 de enero de 1991 el rey Olav de Noruega daba su último suspiro y su hijo, Harald, asumía en ese mismo instante el cetro de la Corona. Tenía 53 años, llevaba 23 casado con Sonia de Noruega y sus dos hijos, los príncipes Marta Luisa y Haakon, ya eran unos jóvenes comenzando la veintena. Después del correspondiente periodo de luto, que duraría seis meses, tuvo lugar la ceremonia de consagración por la que se conmemoraría esa cesión monárquica. Con todo el lujo y la pompa de una tradición milenaria que ahora recordamos y resulta muy llamativa.
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Nos tenemos que remontar al 23 de junio de 1991. La catedral de Nidaros, en Trondheim, se vistió de gala para acoger la ceremonia. Este es el lugar en el que habitualmente han sido coronados los monarcas del país desde hace un milenio. Aunque en el caso de Harald no fue exactamente una "coronación", sino una consagración o bendición. La fórmula de la Coronación fue abolida en 1908 en Noruega, siendo la última como tal la del rey Haakon, en 1906.
En ese sentido, Harald siguió al pie de la letra lo que hizo su padre en su día para su llegada oficial al Trono, allá por 1957, cuando decidió romper con la tradición anterior más arcaica. Para ello escogió una fórmula que todavía vinculaba directamente la Monarquía con la Iglesia, siendo el monarca el Jefe de la Iglesia, como venía sucediendo desde el siglo XII. A partir de 2012 también esto dejó de ser así y los estamentos real y religioso actualmente son independientes.
Tres días antes del gran día, Harald y Sonia se desplazaron desde Oslo hasta Trondheim en tren, según marca la tradición. Una vez llegado el momento, acudieron a la catedral de Nidaros con sus atuendos más regios (él con el uniforme y sus condecoraciones; ella con un vestido largo blanco con cuello capa y luciendo las mejores joyas y una tiara). En el templo esperaban unos 2.000 invitados como testigos de la singular ceremonia, entre los que destacaban sus propios hijos.
Las insignias de la Corona (corona, cetro, orbe y espada reales) presidían el altar frente al cual los reyes se arrodillaron y fueron bendecidos por los obispos Finn Wagle y Andreas Aarflot. Además invistieron al monarca por voluntad de Dios y le solicitaron que le iluminase en sus pasos venideros, tal y como indicaba el ritual. De esta manera, Harald V se convertía ante el mundo en rey de Noruega (aunque de facto ya lo era desde el mismo 17 de enero) y a su lado, la reina Sonia como consorte.
Después de la ceremonia de bendición, los nuevos reyes regresaron a la capital en barco siguiendo la costa noruega y realizando distintas paradas para saludar a su pueblo. Durante sus 30 años de reinado han pasado muchas cosas, buenas y malas, como es natural, pero ambos gozan del apoyo y el cariño mayoritario de sus cuidadanos. El pasado año el rey Harald ha sufrido varios percances serios de salud, llegando a ser operado del corazón, tiempo en el que su hijo Haakon ha tenido que actuar como Regente. Ahora ha retomado sus compromisos con fuerza. Su última imagen la ha facilitado la Casa Real precisamente con motivo de este 30 aniversario en el Trono, sonrientes y mirando un mapa como símbolo de su largo recorrido: "¡Esperamos la continuación!", dicen.