El príncipe Alberto de Mónaco (63) está disfrutando de la paternidad en la madurez, y aunque ha tardado en decidirse, lo cierto es que ahora se derrite con sus hijos. Los mellizos Jacques y Gabriella, de seis años, han llenado de alegría el palacio Grimaldi y el monarca aprovecha cada vez más cualquier oportunidad para salir con ellos.
Los pequeños son un terremoto. En especial Gabriella, quien muestra un carácter algo más extrovertido que su hermano. Jacques, mucho más tranquilo, es el heredero al trono solo por haber nacido antes que su hermana. Pero ambos forman un combo perfecto, inseparables, divertidos y tan espontáneos como su edad requiere.
Este domingo lo han vuelto a demostrar una vez más. Todos acudieron a un partido de rugby del Mundial entre Francia y Hong Kong, que tuvo lugar en el estadio Luis II de Mónaco. Junto a ellos también estaban los primos maternos de los niños, hijos de su tío Gareth Wittstock, hermano de Charlène. Por cierto, aunque la princesa ya está muy recuperada de una reciente infección otorrinolaringológica, todavía no ha recuperado el ritmo normal de su agenda y no ha vuelto a reaparecer en público tras su viaje a África salvo por una foto privada celebrando el cumpleaños de su sobrina. El próximo 1 de julio se cumplirá el décimo aniversario de su boda con el príncipe Alberto.
Jacques y Gabriella se lo pasaron en grande viendo el partido desde el palco de honor. La princesita era la más expresiva y emocionada con cada jugada, animando, aplaudiendo... Nunca pasa indavertida y es toda una estrella ante la cámara. Su look para esta ocasión volvía a ser de lo más exclusivo, ya que lucía un mono de pantalón corto de rayas de la firma francesa Chloé. También es habitual verla con otras como Dior, siguiendo los pasos de su madre.
El gran momento llegó cuando se les acercó la mascota del torneo, ante la que los pequeños quedaron maravillados y a la que no dudaron en saludar y tocar. Mientras tanto, Alberto de Mónaco no podía resistirse a tomar algunas fotografías para su álbum privado. Es la faceta más natural del príncipe, a quien sus hijos logran sacar una enorme sonrisa y le vuelven 'loco' en el mejor sentido haciéndole más llevadero el día a día de los asuntos de Estado.