El rey Felipe de Bélgica ha vivido uno de los momentos de más riesgo de su reinado. En la tarde del pasado 13 de enero su vehículo oficial, con él dentro, pasaba por el lugar menos apropiado para hacerlo, justo cuando una multitud de manifestantes había tomado las calles de Bruselas para protestar por la muerte de un joven inmigrante en una comisaría de la capital pocos días antes. Esto provocó una inusitada ola de violencia contra la Policía, en la que se llevaron a cabo ataques contra las instalaciones policiales, lanzamiento de objetos y rotura de escaparates y mobiliario urbano. En medio de esta dramática situación surgió por casualidad el coche del monarca, un Mercedes negro con los cristales tintados, que se distingue claramente por llevar en la matrícula solo el número "1".
El soberano había terminado sus compromisos en el Palacio Real, situado en el centro de la ciudad, y se dirigía hacia el Palacio de Laeken, a las afueras, donde reside con su esposa, la reina Matilde, y sus tres hijos menores (la mayor, la princesa Elisabeth, actualmente está en la Academia Militar). En algunas imágenes se observa cómo el coche queda literalmente atrapado en una de las calles, llenas de gente, mientras alrededor se desarrollaban fuegos y violencia, obligándose a parar para no arrollar a las personas.
Durante unos segundos la tensión se palpa. Algunos policías de incógnito se situaban en las puertas del coche para tratar de protegerlo. Esta situación suponía un grave peligro para el rey Felipe, y también un impropio fallo en su seguridad al meter al soberano directamente en la "boca del lobo".
Después de unos instantes parado, el vehículo dio la vuelta y retomó la marcha para alejarse rápidamente del lugar. Un portavoz de la Casa Real ha confirmado que el rey Felipe se encontraba en el interior del coche, pero que en ningún momento sufrió daño, aunque también han indicado que deberán revisar los protocolos de seguridad para ver qué falló.
Esa misma mañana había recibido las credenciales de varios nuevos embajadores en el Palacio Real de Bruselas y, posteriormente, también había mantenido una audiencia con la Ministra de Pensiones. Pero la mejor prueba de que el monarca se encontraba en perfectas condiciones fue su reaparición, justo al día siguiente de los hechos, cuando recibió al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.
Pese a que se había comprometido seriamente la integridad del Jefe del Estado, la sonrisa del monarca hace suponer que todo quedó en un susto.