La princesa Charlene de Mónaco ha pasado por un auténtico calvario durante el último año, en el que su salud se ha resentido de forma notable y con imprevisibles consecuencias. Todo ello ha hecho mella en su ánimo y, por supuesto, también en su físico.
La esposa del príncipe Alberto regresó al Principado a mediados del pasado mes marzo, después de permanecer ingresada durante cuatro meses en una clínica de reposo en Suiza. Aunque no fue hasta el pasado domingo cuando volvió a aparecer ante el público. Además en una fecha y ocasión muy señaladas, para felicitar la Pascua. En esta esperadísima reaparición, el cambio en su aspecto ha sido muy llamativo.
La última vez que la habíamos visto fue el pasado 8 de noviembre, a su llegada desde Sudáfrica, rodeada por su marido y sus dos hijos en el patio del palacio Grimaldi. Entonces lucía ropas anchas y llevaba mascarilla, pese a lo cual a nadie se le escapó la delgadez de la princesa.
Durante los casi seis meses que pasó en su país natal, de donde no pudo salir a causa de una grave infección de nariz, garganta y oídos, por la que tuvo que ser operada hasta en tres ocasiones, la transformación de Charlène fue evidente. Y aunque sus fotografías se publicaron con cuentagotas, las pocas que hubo demostraron el inevitable sufrimiento de la princesa.
Todo esto se hizo palpable con el posado de Charlène junto a su marido y sus hijos, los mellizos Jacques y Gabriella, en una de las escasas visitas de su familia durante su convalecencia en Sudáfrica. Ahí el rostro y la mirada de la princesa denotaban que había tocado fondo. Muy delgada, con ojeras, casi sin maquillaje y con un estilo muy lejos de su glamour habitual... Charlène parecía otra.
El pasado Domingo de Resurrección el Palacio Grimaldi ofrecía, al fin, unas nuevas instantáneas que demostraban la presencia de Charlène en el Principado. Porque otra vez, ante su continuada ausencia pública, se habían levantado las sospechas de una posible recaída de la esposa de Alberto y una nueva marcha a consecuencia de su enfermedad. Recordemos que la princesa tuvo que irse a Suiza por un "profundo estado de fatiga general que no solo es física", tal y como informaron desde palacio.
Este posado en el jardín de la residencia familiar, bajo un agradable sol primaveral, era todo lo que necesitaban los súbditos monegascos como prueba. Tras la fachada idílica, con una mujer rodeada por los suyos y especialmente afectuosa con sus pequeños, resurgía también una nueva Charlène.
El contraste entre su anterior aparición y esta solo podía llenarnos de esperanza. Charlène de Mónaco se encuentra mucho mejor, al menos en la superficie. Si antes suscitó mucha preocupación con los ojos hundidos y tristes, ahora podíamos verla con mucha mejor cara, el rostro más redondo y más alegría en la mirada.
También luce nueva imagen, perfectamente maquillada, con un corte de pelo a lo garçon, y unos cuantos kilos más que ya se pueden apreciar en su figura y en los brazos que sobresalían de su vestido de gasa.
Después de varios meses de descanso fuera de la agenda oficial y de un concienzudo programa de recuperación en una exclusiva clínica suiza, los resultados no pueden ser más alentadores.
Tampoco se descarta que Charlène, de 44 años, haya vuelto a recurrir a algún tipo de retoque estético para mejorar las secuelas de todas sus dolencias. Sus pómulos vuelven a estar rellenos, su frente lisa y sus labios más voluminosos, recordándonos a esa Charlène de antes de empezar su pesadilla personal.
El próximo paso que todos esperan después de este regreso a escena, aunque haya sido en fotografía, es que la princesa pueda retomar pronto sus compromisos oficiales al lado del soberano Alberto, lo que sería una señal perfecta de su completo restablecimiento.