A veces los cuentos de hadas no son tal y como nos los venden, aunque se hayan escrito hasta series de televisión para ofrecernos una edulcorada versión pseudo oficial. Un filtro de embellecimiento que ha sufrido la historia de amor de la reina con mejores tocados de Europa, Máxima de los Países Bajos, y el rey Guillermo Alejandro de Orange.

Aquel flechazo entre la argentina y el príncipe heredero danés nunca se produjo; el tan aireado rechazo de la reina holandesa a su nuera argentina siempre tuvo trampa y hasta la prensa anduvo durante un tiempo un tanto despistada sobre quién era la rubia que iba del brazo de su futuro rey colaborando, aún más, a la confusión final.

Pero para comenzar con buen pie, lo correcto es ponerse en antecedentes. A finales de los años 90 Europa estaba hasta los topes de príncipes casaderos y entre todos ellos intentaba hacerse hueco el heredero de la corona de los Países Bajos, que no parecía ni el más brillante ni el más atractivo de los pretendientes. Otros gozaban de mejor percha (léase Federico de Dinamarca o nuestro propio príncipe Felipe) y mostraban bastante más interés a la causa de heredar el trono.

Guillermo y Máxima de Holanda, por las calles de Buenos Aires en el 2001.

Guillermo y Máxima de Holanda, por las calles de Buenos Aires en el 2001.

Gtres

Para más inri, el príncipe Guillermo Alejandro adolecía, según su madre, la reina Beatriz, de un incurable mal gusto a la hora de buscar novia, pues prefería a la hija de un dentista antes que cualquiera de las muchachas de buena familia que le presentaban en bucle. Ante tal falta de coordinación entre los deseos de la corona y los del heredero, al final la reina actuaba de oficio y las novias plebeyas de su hijo huían despavoridas y aliviadas de desaparecer del panorama público y de los pasillos de palacio.

Al mismo tiempo, en el otro lado del océano, una joven argentina también andaba un tanto desubicada y frustrada por Estados Unidos. Guapa y brillante, Máxima Zorreguieta intentaba labrarse un futuro a la altura de las expectativas que ella misma y su padre se habían marcado. Unas expectativas de lo más elevadas, tanto en lo profesional como en lo personal. Acababa de romper una relación a la que no le veía futuro cuando una ex compañera del colegio le propuso un trato: presentarle a dos candidatos en Sevilla, uno guapo, otro rico. Máxima escogió la segunda opción.

Guillermo y Máxima de Holanda, en la Feria de abril de 2019.

Guillermo y Máxima de Holanda, en la Feria de abril de 2019.

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El flechazo que no fue y el rechazo materno que no se produjo

La historia ficticia y pseudo oficial afirma que Máxima y Guillermo se enamoraron en un abrir y cerrar de ojos. Pero la realidad es que su encuentro de 1999 en la Feria de Sevilla estaba pactado de antes, que a Máxima no acababa de convencerle el príncipe heredero que parecía un tronco bailando y posaba de mal humor en las fotos y que Guillermo tuvo que convencer a la rubia argentina de que era un buen partido.

A partir de ese momento divergen las historias oficiales y las que cuentan biografías no autorizadas como “Máxima, construcción de una reina”. Los medios holandeses insisten en que en Sevilla se prendió la chispa, los relatos oficiosos que fueron los múltiples viajes del príncipe a Nueva York y las largas llamadas telefónicas los que acabaron de seducirla.

Pero incluso esos viajes estuvieron a punto de hacer fracasar la relación. El primero de ellos, para asistir a la boda de Anne Louise Metz y el conde Fred van Lynden van Sandenburg en la Iglesia Católica Romana de San Ignacio de Loyola en Nueva York, espantó aún más a Máxima. “No me gustó nada”, explicó posteriormente al rememorar este segundo encuentro.

Gracias al destino, el príncipe tenía claro su objetivo y siguió llamando a la argentina casi a diario, al tiempo que preparaba nuevas visitas a Nueva York. Pero quedaba el escollo más importante: explicar a su madre por qué era más importante viajar a Estados Unidos regularmente que acudir a eventos oficiales. 

“Se llama Máxima. Es argentina, vive en Nueva York y confía en mí. No hagas más preguntas por ahora”, confesó el príncipe posteriormente que le había dicho a su madre. Y la reina Beatriz, azote de pretendientas plebeyas, permaneció en silencio por una vez en su vida.

Máxima de Holanda, junto a Guillermo y Felipe VI en el año 2000.

Máxima de Holanda, junto a Guillermo y Felipe VI en el año 2000.

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El anonimato que duró cuatro meses

Con la lección bien aprendida del fracaso de sus relaciones anteriores por el acoso de la prensa y el materno, Guillermo intenta por todos los medios que su relación con Máxima permanezca en secreto. Lo consiguió durante cuatro meses escasos.

A pesar de sus esfuerzos, los rumores sobre que ha acudido a la residencia de la familia real en Italia durante las vacaciones de verano con una chica rubia se extienden. Sospechas sobre las que es interrogado el Primer Ministro holandés en su comparecencia del 27 de agosto de 1999. El pobre hombre afirma que no sabe nada del tema y que no hay novia real a la vista.

Un día después de aquella negativa ministerial, Guillermo Alejandro se presenta del brazo de una atractiva joven rubia que bebe vino tinto y viste de negro en Leende, Brabante, para asistir a la fiesta de boda de Vanessa Loudon y Janus Smalbraak, sus íntimos amigos. Y se desata la locura mediática.

Erróneamente, la prensa identifica a Máxima Zorreguieta como la señorita Herzog y todos empiezan a hacer cábalas sobre si su próxima reina será alemana en vez de hija de dentista belga. Pero un medio consigue la exclusiva del año desde Río de Janeiro. La publicación Volkskrant llama a su corresponsal Ineke Holtwijk en Brasil y le encomienda una misión: averiguar quién es esa mujer que sospechan que poco tiene de alemana y mucho de argentina.

Dicho y hecho, tres días después de aquella boda, el Volkskrant revela la identidad de la nueva pareja del príncipe. Se trata de la argentina Máxima Zorreguieta. Presentó a su novio a sus padres a principios de agosto, durante unas vacaciones conjuntas en la estación de esquí argentina de Bariloche. La familia real holandesa ya la conoce. Y está aprendiendo neerlandés, aunque no será hasta su traslado a Bruselas cuando se sumerja por completo en el estudio del idioma de su futuro esposo con excelentes resultados. 

Para cuando es invitada a pasar con la familia real la Nochevieja del cambio de siglo en la India, Máxima ya chapurrea a su suegra en su idioma natal y esta comprende que poco puede hacer contra el carisma de la argentina. Estaba claro, que, por fin, la chica había tomado su decisión. Y la reina le dio el beneplácito para felicidad de su hijo.