La historia de los Grimaldi da para un culebrón de esos que nunca terminan y que están salpicados por altas dosis de tragedia y pasión. Cuenta la leyenda que la culpa de tanta desgracia es el hechizo que lanzó una bruja a Rainiero I en el siglo XIV, y que lo condenaba a no encontrar la felicidad en el matrimonio. Supersticiones aparte, después de repasar la historia del clan, concluimos que las maldiciones, al igual que las deudas, se heredan.
Otra de las cosas que esta familia ha heredado, es la capacidad para darnos un buen salseo ‘made in Hollywood’, ideal para animar la anodina monarquía europea (con la excepción de Federico de Dinamarca), a ratos demasiado prudente. Y si de dar vidilla hablamos, nadie como Carolina de Mónaco, la primera hija que tuvieron Rainiero y Grace Kelly tras su boda de cuento de hadas.
Carolina de Mónaco, la novia de Europa con más pretendientes
Durante los años 70 y 80 la apodaban “la novia de Europa”, y era la protagonista de los sueños de más de uno. Carolina tuvo una juventud que poco tenía que ver con lo que se esperaba de una princesa; le gustaban las fiestas, los hombres y la alegría de vivir más propia del mundo del que provenía su madre, que del de la aristocracia del viejo continente. No es de extrañar que cuando terminara sus estudios en la Sorbona de París, empezara a ser portada de todas las revistas.
Su boda con el playboy Philippe Junot, muy a pesar de sus padres, y su divorcio dos años después, dieron mucho de qué hablar, aunque no tanto como lo que vivió entre 1980 y 1982. Fue entonces cuando se la relacionó con Robertino Rossellini —hijo del director de cine italiano y de la actriz sueca Ingrid Bergman—, y con el tenista argentino Guillermo Vilas.
Guillermo Vilas, el gran amor de Carolina de Mónaco
Lo del italiano quedó en una amistad que ha perdurado, pero el romance con Vilas vino con escándalo incluido y, según cuentan, con anillo de compromiso. Se conocieron en abril de 1982 cuando él ganaba el torneo de Montecarlo y recibía el premio de manos de Grace Kelly. En el palco estaba la mayor de sus hijas y, aunque sus miradas se cruzaron, no fue hasta esa misma noche, en el club Jimmy’z Monte-Carlo, que surgió la chispa y hablaron hasta que amaneció.
De vuelta a París, al 86 de la Rue Foch, Guillermo decide enviarle unos bombones y un adiós a su novia de entonces, Gloria Blondeau, lo que le dejó disponible para empezar a cortejar a la princesa. Un día después cenaban en el restaurante chino Le Mois y pasaban la noche juntos en el apartamento que los Grimaldi tenían en la capital francesa. El idilio estaba en boca de todos, aunque faltaba la evidencia, unas fotos que no tardaron en llegar de la mano del paparazzi Pascal Rostain, y que se publicaron en Paris Match.
Los momentos más íntimos de Carolina de Mónaco y Guillermo Vilas
En junio de ese mismo año la pareja tomó un vuelo hasta Honolulu, Hawái, para pasar unos días juntos alejados de la persecución mediática. Se dice que alquilaron un Mercury rojo y se alojaron en el modestísimo hotel Pioneer Inn, ¿quién podría buscar allí a una princesa y al campeón mundial de tenis? Aunque ojo al dato, este era un hospedaje recurrente al que Guillermo llevó a sus anteriores novias: Gabriela Blondeau, Elaine Haddad y Mirta Massa.
Pasaron allí dos semanas en las que Rostain tuvo tiempo para captar momentos románticos y algunos subidos de tono. En el libro 'Paparazzi, cazadores de estrellas', el fotógrafo cuenta que “fue un gran golpe que me hizo conocido en el mundo paparazzi. Era la princesa número uno, después de su divorcio de Junot, y Vilas en esa época era… ¡wow! Hubo fotos vergonzosas que jamás aparecieron en Paris Match”.
La ruptura de la pareja del momento: ¿Cuál fue el motivo?
Cinco meses duró el noviazgo que tenía en vilo a ambos continentes. En Mónaco no estaban de acuerdo, y no tanto por Vilas, sino porque pensaban que era demasiado pronto para que su hija rehiciera su vida, después del escandaloso divorcio de Junot. Sin embargo, este amor se vio truncado el fatídico 14 de septiembre de 1982, cuando el Rover P6 que conducía Grace de Mónaco, cayó por una ladera mientras volvía de su campo en Roc Agel, Francia, acompañada de su hija Estefanía.
Una semana después de la muerte de Grace, Carolina y Guillermo se dieron cita en una posada entre Montecarlo y Niza. El periodista deportivo Luis Hernández, y conocido del tenista, contó este encuentro en 1989. “Carolina llegó sola, en un pequeño Renault 5, mientras Guillermo la esperaba en el discreto reservado del fondo del local previamente convenido. Nervioso, jugando con el estuche de raso azul que envolvía el regalo esperado y comprado en Tiffany a un costo de 25.000 dólares".
Era el anillo de compromiso que en su interior tenía grabadas las iniciales de ambos: C – G. Se lo entregó con un beso y comprendió lo que ella le decía: ‘Debemos esperar, ahora tengo que asumir el papel de mi madre y ser la primera dama del principado, como me lo pidió mi padre…’. Él entendió, ella volvió a subir hasta Montecarlo.”.
Carolina de Mónaco: su otro gran amor truncado por la desgracia
Jamás volvieron a verse. Carolina se convirtió en Primera Dama del Principado y se entregó a las obligaciones que antes tenía su madre. En diciembre de 1983, se casó con el amor de su vida, el millonario italiano Stéfano Casiraghi, que también fallecería en un accidente durante un campeonato de off shore en 1990.
Guillermo se casó con Phiangphathu Khumueang, una tailandesa con quien tiene cuatro hijos. Actualmente, vive apartado de la vida pública a causa de una enfermedad neurológica degenerativa que padece.