Las mascarillas faciales en crema, velo, polvo, de arcilla… son tan variadas como las necesidades que abarcan. Son las reinas de la personalización. Su formulación es más concentrada que la de una crema. Y su objetivo, hacer diana en aquellas necesidades de cada piel, o en algo puntual que queramos conseguir -efecto lifting, regenerar después de un láser, hidratar, calmar, exfoliar, suavizar, iluminar...-. En definitiva, cubren tantas funciones como puedas imaginar.
Cómo utilizas las mascarillas faciales
Y aunque a priori puede parece que podemos prescindir de ellas, son fundamentales si queremos mejorar el estado y salud de nuestra piel. Son imprescindibles, por ejemplo, en personas que utilizan retinol, para regenerar y calmar.
En tratamientos actiacné, una mascarilla balsámica que equilibre después de una extracción es magnífica. Y en pieles sensibles son especialmente eficaces aliviando rojeces y aportando nutrientes a prueba de agentes contaminantes y agresiones externas.
El mejor momento para aplicarlas
¿De día o de noche? Las mascarillas nocturnas realizan su función durante el proceso de reparación y regeneración celular. Es la fase en la que la piel recibe de manera más intensa y productiva los principios activos que estemos aplicando. Si empleamos la mascarilla adecuada, el estado de tu piel al levantarte, habrá experimentado el cambio deseado.
Si hablamos de mascarillas de uso profesional las hay tan potentes y eficaces como el Método Mosaïque Modelante de Maria Galland. Un tratamiento facial anti-edad con resultado de lifting natural gracias al efecto autotérmico conseguido bajo la mascarilla. Es tan potente que, en una hora, el resultado es el de un lifting facial sin cirugía.